Miré el reloj: cinco de la mañana. “Muy temprano para levantarme” pensé, así que me arrimé al cuerpo de Patricia, mi novia. Me gustaba quedarme dormido otra vez apoyando mi verga y mis huevos contra su cola y tomando una de sus turgentes tetas con mi mano. A veces las dos pero, en ese caso, mis manos las cubrían solo parcialmente.
Le aparté el camisón y le acaricié los cachetes de su sobresaliente culito. Después tomé mi trilogía y la apoyé en el valle entre los cachetes. Ella seguía inmóvil. Mi mano se deslizó hacia arriba gozando del contacto con cada parte de su tibio cuerpo. Cuando encontré su teta derecha me aferré a ella y comencé a estrujarla de vez en cuando. Noté que, como la mayoría de las veces, su pezón se endurecía y agrandaba.
Comencé a pensar en los detalles de un cuento erótico que estaba escribiendo. Pensar en ellos en la posición en la que estaba comenzó a excitarme. Mi verga comenzó a hincharse, a crecer en todas direcciones, a endurecerse. Llegó un momento en que estaba deseando que Patricia se despertara.
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Estaba parcialmente dormida cuando sentí que Ricardo, mi novio, me apoyaba su pija y su escroto en la separación entre los cachetes de mi cola. Después sentí cómo su mano trepaba lentamente por mi pierna derecha, continuaba por mi cadera y seguía subiendo, gozando del contacto con mi piel. Sabía que el destino final eran mis tetas. La izquierda, la derecha o ambas. Esta vez fue la derecha.
Poco después sentí que su pija comenzaba a estirarse y, al mismo tiempo, endurecerse. Me gustaba empezar el día cogiendo así que con mi cola le empujé su falo en crecimiento para indicarle que no estaba tan dormida como parecía, que sabía lo que estaba sucediendo y que lo aprobaba.
Ricardo continuó amasando mi teta derecha pero luego, respondiendo a mi señal, se encargó de hacer lo propio con la izquierda. Mis pezones ya estaban duros y podía sentir cómo aumentaba la humedad de mi concha.
Me separé unos centímetros y tomé la verga de Ricardo con mi mano derecha. ¡Qué grande y dura estaba! No pude esperar más a que me la metiera.
- ¡Penétrame! – le dije y me acomodé para que me entrara fácilmente.
No me hizo esperar. Sentí que la cabeza de su verga se movía a lo largo de los labios de mi vagina humedeciéndose en los jugos que fluían de la misma. Luego se detuvo brevemente en la entrada a mi concha y comenzó a penetrar en la concavidad de nuestro placer.
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Pasamos varios minutos aumentando nuestra calentura. Patricia me empujaba con su cola y yo le respondía moviendo mi verga a lo largo del canal entre sus cachetes. No cabía duda de que íbamos a coger. No descuidé sus tetas ni por un instante. Mi mano se regocijaba con su tamaño, con sus endurecidos pezones. Tal vez tendría oportunidad de ponerlos en mi boca.
Sentí la mano de Patricia deslizándose entre nuestros cuerpos y no tardó en rodear mi verga. Si había algo que podía excitarme aún más era eso: que ella me masturbara, aunque solo fuera por unos segundos. Mientras gozaba el contacto, escuché su voz:
- ¡Penétrame! – a la par que acomodaba su cuerpo invitándome a que lo hiciera en esa posición, desde atrás.
Humedecí mi pija con los jugos que fluían de su concha y comencé a enterrársela, lentamente, gozando cada milímetro que avanzaba en su túnel del amor. De vez en cuando me detenía y retrocedía para demorar la entrada total y alargar el gozo de la penetración. Finalmente, mi pubis hizo contacto con su culo. Mi verga estaba totalmente adentro de Patricia.
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Ricardo no me enterró su endurecido falo de un solo envión como otras veces sino que, una vez dentro de mi concha, lo hizo avanzar y retroceder, dilatando así el tiempo de la penetración total. Podía sentir como el avance dentro de mi concha expandía mi cavidad.
Finalmente sentí que su cuerpo quedaba apoyado contra mi cola: toda su verga estaba dentro de mí. No tardó en iniciar unos movimientos lentos haciendo que su pija se moviera cortas distancias en mi profundidad. ¡Cuán intensamente la sentía! “Si seguíamos así tendremos orgasmos demasiado rápido”, pensé.
- Espera, - le dije a Ricardo – vamos a jugar un poco más.
Me aparté de él, me di vuelta y tomé su miembro en mis manos. Después de un par de masturbadas, comencé a darle lamidas y chupadas. Me gustó sentir el sabor de mis propios jugos. Ricardo puso sus manos en mi cabeza y a veces era él quien movía su cuerpo para penetrar mi boca.
- Ahora es tu turno. – me dijo. Yo sabía lo que él tenía en mente así que me acosté boca arriba y abrí mis piernas.
No tardé en sentir la lengua de mi amante novio recorriendo los labios de mi concha, jugando con mi clítoris, penetrándome tan profundamente como era posible. A veces uno de sus dedos acompañaba su lengua. Mi excitación era total. Quería sentir su verga dentro de mí, quería tener un orgasmo, quería sentir cómo su orgasmo me llenaba de semen.
- Suficiente mi amor. – le dije. Cuando se detuvo me acosté boca abajo con un almohadón debajo de mí para elevar mi cola y mi concha. - ¡Cógeme!
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La vista de ese hermoso culo y la empapada vagina que acababa de tener en mi boca me movieron a aceptar de inmediato la invitación de Patricia. Me puse a horcajadas de su cuerpo y mi enhiesta verga la penetró en su totalidad de una sola embestida. A esa primera siguieron varias. Sabedor de algo que la excitaba, le golpeé los glúteos con mis manos varias veces y otras se los amasaba. Fueron adquiriendo un tono enrojecido.
Patricia tenía su mano izquierda debajo de su cuerpo, estimulado su clítoris mientras mis embestidas la estimulaban de pies a cabeza. Su cuerpo se estremeció cuando alcanzó su orgasmo. Gimió, gimió y gimió repetidamente.
Continué moviendo mi verga en la cavidad de su vulva hasta que escuché su voz:
- Mi culito.
No me demoré en humedecerle la entrada a su abertura trasera con mi saliva. Saqué mi falo de su vulva y con sus propios jugos aumenté la humedad de su orificio estriado. Mi verga avanzó dentro de su culito y alcancé mi punto culminante con solo tres bombeadas. Aullé como un lobo, tal fue el nivel de placer que alcancé. Podía sentir los espasmos de mi verga descargando mi leche una y otra vez.
Me acosté sobre la espalda de Patricia, exhausto. Ella también relajó su cuerpo. Le di algunos besos en el cuello y puse mis manos sobre las suyas que estaban a los costados de su cabeza.
- ¡Muy bien, Ricardito! – dijo.
- Me hiciste gozar mucho. – respondí.
- Buena manera de comenzar el día.
- Ciertamente.
Cuando finalmente abandonó la cama y se dirigió al baño me deleité nuevamente con la visión de su cola. Recordé que era feriado, que pasaríamos juntos el día. Tal vez más tarde…
- Ven a ducharte conmigo. – dijo Patricia desde el baño.
“Bueno,” - pensé – “tal vez no tenga que esperar mucho.”
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