EL ARTISTA

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Javier Roca que era un hombre de mediana edad y bastante escéptico de la condición humana, se adentró en un atardecer cuando el inconmensurble cielo adquiría un espectacular tono rosado debido a la hora crepuscular del día y que eclipsaba cualquier miserable anhelo de cuántos le rodeaban, en el viejo Casino del pueblo marítimo en el que vivía, que era un edificio de estilo Modernista el cual antiguamente había sido un lugar de encuentro de la burguesía barcelonesa que solía veranear en dicha localidad, y donde se celebrtaban bailes de gala en las grandes festividades; pero que en la actualidad aquel centro había caído en una irremediable decadencia, y sólo se animaba un poco en algunos eventos de un cariz popular como era en aquella ocasión.

Javier tras cruzar el vacío vestíbulo del local llegó a un amplio patio en cuyo centro había un plátano, y por doquier aparecían toda suerte de tenderetes que ofrecían sus productos como golosinas, fruta, churros, ramos de flores, etc.

El visitante estaba contemplando lo que surgía a su paso, cuando se encontró casualmente con Rosa que era una mujer morena casi de su misma edad que la conocía desde hacía años al coincidir los dos en la misma playa del pueblo durante todo el año.

- Hola Javier... - le saludó ella.

- Vaya. Hola. ¿Has venido aquí a ver lo que hay? - le preguntó él con una sonrisa.

-Ya ves. Supongo que ya te habrás enterado de lo que me acaba de ocurrir - expresó Rosa en un tono afligido; como si hubiese sufrido una terrible desgracia familiar.

-¿A qué te refieres? - inquirió Javier con tacto.

- Juan  me ha dejado.

El tal Juan había sido por un corto espacio de tiempo su posible pareja sentimental.

-Algo he oído - respondió Javier.

-Sí. Mira que tengo mala suerte con los hombres, con lo buena persona que soy yo - se alabó a sí misma-. Resulta que estaba en su casa viendo la televisión, cuando llegó él, y de la manera más seca, más bestia que te puedes imaginar, me ha dicho que lo nuestro se había terminado. Que recogiera mis cosas y me marchara a mi casa.

- Vaya...

- La verdad es que a este hombre no hay quien lo entienda. Yo lo que quería era cuidarlo lo mejor que sé. Le hacía la comida que más le gustaba, le aguantaba sus pesados discursos, políticos, le leía algunas novelas que escribía, y le escuchaba sus historias familiares. ¡No sé que más quería de mi!

Rosa hizo un puchero conteniendo un repentino llanto.

-Esas cosas pasan. Cuando creemos que tenemos a alguien en el bote, de repente echa a volar y se escapa.

-Yo admiraba a Juan. Era alto, fuerte, y muy inteligente. No sé si me entiendes porque tengo la impresión de que tú no eres demasiado romántico. ¿Verdad?

- No demasiado.

- No sé... Juan cuando llegaba a su casa se encerraba en su despacho y se tiraba horas leyendo, o escrbiendo alguna de sus novelas. Y como digo estaba obsesionado con la política. Era un marxista militante. Por lo visto, su padre que había sido de izquierdas su familia había sufrido muchas penalidades con el viejo Régimen y eso él no lo perdonaba. También cuando estábamos juntos no me dejaba ver por la tele los programas del Corazón que me distraen tanto.

- Entiendo. ¿Y en la cama qué tal? - preguntó Javier directamente.

-¡Psé! Pues unas veces, pocas, bien; pero otras muchas muy mal. A menudo no se ponía a tono. Pero al margen de esto, Juan era también un presuntuoso. Siempre hacía ostentación de su erudición; siempre andaba dando lecciones a los demás, y no escuchaba a nadie.

- Eso es una cosa muy corriente hoy en día. Todo el mundo va de sabio de pacotilla.

- Ya. Figúrate que un día fuimos a la Biblioteca del pueblo donde él tenía que presentar una de las novelas que había escrito y se la había publicado él mismo, y ante el público se tiró casi dos horas explicando cómo había elaborado su obra. Me consta que esa explicación a la gente que acudió allí eso no le gustó en absoluto y todos se dieron cuenta que Juan era un pedante.

- ¿Y cuando este "sabelotodo" - dijo Javier con sorna- te hablaba de sus cosas; de sus teorías, tú ¿qué papel hacías?

- Yo le dejaba hablar, y le decía que sí; que vale. Yo lo único que quería era cuidarle, de igual forma como hizo mi pobre madre con el tirano de mi padre, que nos hacía sufrir un montón a ambas. Por lo que veo todos los hombres son unos egoístas, que van a la suya sin pensar con los que tienen a su alrededor. Esto Juan lo hacía muy bien. Su gran pasión era la Literatura, y para de contar. Además era un tacaño. Las pocas veces que íbamos a un restaurante él siempre me llevaba a los sitios más baratos y cada uno se tenía que pagar su consumición. Y date cuenta. Después de todo lo que te he contado, va él y me abandona sin ninguna contemplación. ¡Hiii! - lloró Rosa al fin.

- Pues no veo el problema por ninguna parte. Si hubieses seguido con este hombre sí que serías una desgraciada. - dijo Javier-. A tí este Juan no te gustaba en absoluto. Y ahora que vuelves a estar sola, puedes ver con cierta objetividad su verdadera manera de ser. Si esperabas que él te eligiera como una hacendosa esposa similar a tu madre te has equivocado plenamente. Este Juan digamos que se había "casado" con su arte; con sus novelas, y con la política. A muchos artistas les pasa eso. No están hechos para una vida convencional de pareja.

- ¿Así que he sido una tonta...?

- Te ha faltado perspectiva de la situación.

Lo que Javier pretendía era que su amiga se percatara de su error de cálculo con el literato,  que reflexionara sobre el asunto y que tomara un rumbo más realista acerca las relaciones humanas. Pero al parecer ella no entendía demasiado su razonamiento. Lo que de hecho Rosa hubiese deseado era llorar sobre el hombro de Javier, y que éste la consolara como a una niña pequeña puesto que esto era una manera algo rebuscada de llamar la atención de sus semejantes.

- Pero ¿sabes tú lo malo que es estar sola? - insistió ella contrariada.

- Claro que lo sé. A ti lo que te ha pasado es que has visto que quien más, o quién menos tiene su pareja, menos tú. Eso te ha hecho perder el sueño, y te has lanzado al primer sujeto que se te ha puesto a tiro. Y lo que realmente te duele no es que no te hayas entendido con él ya que en el fondo no te gustaba nada, aunque tú cerrabas los ojos por miedo a la soledad, sino que al dejarte ha herido tu orgullo personal y nada más.

- ¡Bueno, bueno...! Siento haberte molestado - dijo Rosa alejándose de aquel hombre que no acababa de entender.

 

 


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