DESMENUZAR LA TRISTURA
Su única
regla consiste
en no descender al hambriento fondo,
en ningún párpado flotante,
momento de la vulgaridad dulce y amarga,
de hacerse inteligible.
En ser absolutamente vigor y robustez,
previsible,
en lo más imposible,
de comprender suspiros y letras abigarradas,
aun para las mejores retinas,
expertas en muslos, pieles y criptografía.
Así que, por esta única vez, habla grueso de lo blando,
por ese nosotros del humo que somos, aun en la más felina soledad, con alas y esferas puntiagudas o sin el último permiso.
Te añado un solo amarillento consejo de mi propia sonrisa, regenerada cosecha: no le des el corazón a nadie,
ni con ingeniería inversa, que se insubordine a las nubes,
y dejate del comer pudoroso y llevarte,
por tu más entrañable benevolencia del mes,
con su lenguaje binario en sensatez, de una válvula amigable y tónica.
A esta altura de la muerte, la miel es salada
y nunca vuela bajo ningún ensamblaje distraído,
donde se había rendido el tiempo a los relojes dormidos. ¡Qué lo habían desvalijado!.
Permite escuchar, a las paredes y al techo por debajo de las palabras,
y la piel de la mano que escribe,
una fascinante sensibilidad y beligerancia,
y complementación entre todos esos modos caligráficos de decir.
Para aquellos
que descubrieron
sus primeros estropeados desengaños.
Entre los que se dan más marcadas las diferencias,
y que pueden ser apreciadas perlas pardas.
Sin ningún esfuerzo por cualquier rincón sin miedo.
Como el pan que llueve y alimenta, y el lecho donde yago.
Y cuando llegue, despacio, tanto como pueda el día del último suspiro y viaje.
Y esté al partir del parto,
y el grito de alegría sea la nave,
que nunca que ha de tornar, ni tronar, sin entronarse.
Y ante todo, como una manera de dibujar mendaz,
al huir de la influencia paralizante,
de los años perdidos,
en un instante congelado.
Esos golpes de mieles y limones sangrientos,
son las crepitaciones del silencio siniestro y destructivo
de algún vino, queso, escorpión y pan que en la puerta del horno.
Es culminación y se nos quema, al desvestirse a oscuras, las cortinas y tapetes al
cerrar los ojos,
primero las ventanas,
y con la voz
y con las manos bajas, amar sin quererlo, ni incitarse a dormir,
porque hace frío.
Cuanto tuve y defendía ha muerto,
de su propio perfume y ruido,
de su propia mano y espada,
para estar sobre la herencia del salvaje tiempo pálido, sereno colorado,
y sus secretos, para caminar sobre sus huesos
definitivamente quitasueños terrestres y hostilmente quebrados.
Éste es el sentido oculto de las cosas evidentes y los nombres que…
Son la señalización de un lugar denodado paladín,
intermedio e intermediario en una esquina, donde la piedra o algodón,
son lo que marca un cruce de caminos, desayunando puentes y lagunas,
donde la piedra que sostiene al barco posea al tarro fraterno y tierno,
para que sea…¡El último corcovado!.
Autor: Joel Fortunato Reyes Pérez
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