Durante muchos años estuve plantado allí, en mitad del campo soportando tórridos días y noches heladoras. Contra lo primero un roído sombrero me protegía del sol y una fina camisa de cuadros y un viejo pantalón resguardaba mi cuerpo de paja del viento frio. A parte de esto, pasaba las horas tan aburrido…
Empezó a venir Tomás a trabajar el campo, luego acudía su mujer con un niño a su espalda y un hato de comida para su marido.
Pasó el tiempo y Vicente, ya con 12 años, empezó a venir solo ya que su casa estaba cerca. A mi lado solía repasar las lecciones del colegio en voz alta. Fue así como logré aprenderme la lista de los ríos europeos, supe quien era el Cid y muchas otras cosas interesantes. Debe ser por mi escaso cerebro la razón por la que nunca entendí ni una palabra de lo que él llamaba matemáticas. Pero…
TENÍA UN AMIGO
Un día Vicente, además del libro de Historia trajo un cilindro blanco al que prendió fuego y se lo llevó a la boca, tosió pero siguió aspirando de él. De pronto se desvaneció y me asusté mucho. Fue la primera y única vez de mi existencia en la que me pude mover voluntariamente. Separé el cuerpo del chico, abrí mi camisa y apilé en el suelo toda la paja que de mí salía. La mojé con el agua que Vicente traía en una botella y luego con ayuda del cilindro, todavía humeante, prendí fuego. Al estar la paja húmeda la pira desprendía un humo muy negro que afortunadamente vieron desde la casa. Vinieron y se llevaron a Vicente.
Se recuperó muy pronto.
No sé por qué su padre se empeñó en que yo no volviera al campo y ahora estoy plantado en el jardín de la casa. Llevo un sombrero grande y mi ropa es nueva. Me han vuelto a rellenar con paja y siempre hay alguien que me hace compañía.
Soy muy feliz.
Comentarios
COMENTAR
¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales