La mañana era preciosa. El sol en lo alto hacia que la iglesia de María Gern pareciera todavía más blanca entre las verdes colinas que la circundaban. Como un domingo más, Silke acudió a la iglesia, dejó la cesta como lo hacían el resto de parroquianos en un banco y busco otro donde rezar. Era una joven de profunda fe y muy querida por los habitantes de aquella pequeña comunidad bávara.
Acabado el oficio religioso se encaminó al bosque cercano donde llenaría su cesta de toda suerte de bayas y setas, pero antes de iniciar la recolección, ya entrada en el bosque, un hombre se aproximó a ella. Él afirmó que se encontraba perdido que no era del lugar y que tenía mucha hambre. Silke pensó que no podría ayudarle porque llevaba la cesta vacía pero… quizá si se lo pedía a Ella con todo fervor…. Se postró de rodillas e imploró a la Virgen. Transcurridos unos instantes abrió la tapa de la cesta y allí estaban: unas rebanadas de pan de centeno, unas lonchas de exquisito salami y un trozo de tarta de manzana. El desconocido se comió todo sin pestañear, dio las gracias a Silke y siguió las indicaciones de esta para llegar al poblado.
Al día siguiente cuando comentó el milagro habido en el bosque, todo el mundo se maravilló. Todo el mundo menos una parroquiana que comprendió que no había sido un robo la desaparición de la comida de su cesta del día anterior sino una simple confusión. No obstante fue incapaz de malograr aquel momento y guardó un caritativo silencio para siempre
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