Mi amiga la Flaca

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Mi amiga la Flaca tenía cara atractiva, sensual, enmarcada en su cabello oscuro y corto. Como denunciaba su sobrenombre, no tenía las curvas que a uno inicialmente lo atraen a una mujer. No había turgentes senos ni redondeados glúteos pero la Flaca tenía su fama.

La pareja de amigos que acamparían con nosotros durante un fin de semana tuvo que desistir a último momento. La Flaca y yo decidimos escalar y acampar de todas maneras. A veces, mientras escalábamos hacia el lugar para pasar la noche, la Flaca tomaba la delantera y yo no podía menos que sonreír al comparar su pequeño trasero con los más rellenos que había tenido en mis manos.

Finalmente llegamos a tiempo para iniciar un fuego antes de la puesta de sol. Dejamos las mochilas cerca de la fogata y nos sentamos sobre unas piedras observando el vacío delante nuestro y el sol que se iba ocultando en la montaña del otro lado del valle.

Después de cenar frugalmente nos quedamos al lado de la fogata bebiendo un poco de escocés. Cuando preparamos nuestras camas quedaron una al lado de la otra. Me quedé en calzoncillos y me acosté. Para mi sorpresa, la Flaca se desnudó completamente y, a la luz de las llamas, pude observar en detalle sus pequeñas tetas, su monte de Venus y vagina depilados completamente. Se tomó su tiempo, me miró y dijo:

- Espero no te sientas mal. Después de todo, somos amigos.

- No, no está bien. – balbuceé, sin sacar mis ojos de su cuerpo.

- Honestamente, ¿has escuchado comentarios sobre mi sexualidad?

¡Otra sorpresa!

- Honestamente, no muchos, pero dicen que eres muy buena haciendo el amor.

- Bueno, nada de que avergonzarme. – respondió y se metió en su cama.

No habían pasado diez minutos cuando escuché que la Flaca me decía:

- ¿Te molesta si juntamos las dos camas y dormimos juntos?

- No, está bien. – respondí después de meditar su propuesta por cinco segundos.

Dos minutos más tarde pude sentir como el cuerpo de la flaca se pegaba a mi espalda. Mi idea de que esto no terminaría allí se materializó cuando sentí la mano de mi amiga introduciéndose en mis calzoncillos para apoderarse de mi escroto.

- ¿Te gusta? – dijo la Flaca.

- Por supuesto. – le respondí y sentí que no podía contener el crecimiento de mi falo.

Sin duda ella lo sabía porque después de un minuto de masajearme los testículos tomó mi verga con la misma mano, suspiró y dijo:

- ¡Mmmm! Voy a tener que hacer algo con esto.

No necesité aprobar nada. Abrió la cama y pude observar a la luz del fuego que se arrodillaba entre mis piernas y descendía su cabeza hasta llegar a mi pija. Cerré mis ojos y la dejé hacer mientras recordaba un dicho de mi abuela: A buen hambre, no hay pan duro. Flaco, en este caso.

Las manos de la Flaca contenían mis huevos y mi verga mientras su lengua lamía mi glande. Me lo imaginaba enrojecido, brillante a causa de su saliva. Poco después comenzó a meterse mi falo más y más dentro de su boca. Detuvo sus faenas por un momento y dijo:

- ¿Qué tal lo hago, Ignacio?

- Flaca, honras tu fama.

Se rio y explicó:

- Te voy a hacer acabar en mi boca. Relájate y goza.

Puso manos y boca a trabajar nuevamente. Yo sentía sus mamadas y lamidas desde lo más profundo de mis huevos. Finalmente le agarré su corto cabello negro y gemí mientras mi verga lanzaba mi leche dentro de su boca. La Flaca siguió chupando y lamiendo hasta que no pudo sacar nada más.

- El problema ahora es que mi hiciste gozar tanto que quiero corresponderte. – le expresé - Acuéstate, ahora me toca a mí usar mi boca.

- Muy bien, Ignacio. Sabia decisión.

No bien se acostó le chupé los pezones ávidamente y luego descendí sin más preámbulos hasta la unión de sus piernas. El aroma a sexo que emanaba me excitó. Jugueteé con mis lamidas y mis besos en su monte de Venus y los costados de su concha. Paulatinamente acerqué mis acciones a su clítoris y al acceso a su túnel del amor. Mi lengua revoloteó alrededor de su clítoris, que luego succioné con fruición, y luego recorrió su concha, entró y salió de su abertura, de la cual fluían copiosos jugos. Con mi boca empapada oliendo a ella, fui hasta su boca y compartí mi humedad.

- Me gustan tus jugos. – le dije y antes de bajar nuevamente al objeto de mis afanes le masajeé ambos pezones con mis manos y la escuché decir:

- Estás deleitándome mucho, Ignacio. Sigue, sigue.

Tal como me lo pedía continué haciéndola gozar de mis lamidas, chupadas y besos. En un momento comenzó a levantar su cadera como queriendo ponerla más al alcance de mi boca. Su primer orgasmo la hizo gritar mientras me sujetaba la cabeza contra su vulva y yo no paraba de lamer y chupar. Los orgasmos continuaron, al igual que los suspiros, y por fin dejó caer su cuerpo contra la cama y se relajó.

- Creo que ahora sí estoy lista para dormir. – dijo.

Recuperé mi posición en nuestra cama y le respondí:

- Yo también.

Se acostó a mi lado, tomó nuevamente mis huevos con su mano izquierda y se quedó dormida casi inmediatamente.

Todavía estaba oscuro cuando me desperté sin comprender por qué. El fuego tenía algunos leños frescos y la luz de sus llamas me dejaron ver claramente a la Flaca, arrodillada a mi lado. Tenía una pícara sonrisa en los labios… y su mano izquierda continuaba endureciendo mi verga mientras su derecha se afanaba con su clítoris. Comprendí por qué me había despertado.

- Hay algo más para hacer esta noche. – dijo.

- Me parece que va a gustarme. – le respondí.

- Quédate así me dijo. – pero estiré mi brazo y le acaricié las pequeñas tetas, endureciéndole los pezones marrón oscuro. Luego me senté y se los chupé sin que ella detuviera sus movimientos con mi verga.

La Flaca me empujó hasta volverme a acostar y luego se sentó sobre mí dándome la espalda.

- Puedes observar tu pija cogiéndome. – dijo y descendió sin detenerse metiéndose mi pija en su empapada concha.

Alternaba vaivenes verticales y horizontales. Sus gemidos me indicaban que no era yo el único que gozaba. Pensé que estaba viendo cómo su concha se cogía mi verga más que la otra forma. Me salivé el índice de mi mano derecha y le introduje una falange en el pequeño orificio estriado cada vez que descendía su cuerpo para enterrarse mi falo.

- Mi culito está invicto, - dijo – y no te hagas ilusiones porque así va a seguir. Pero me gusta que me metas tu dedo.

De pronto, sin decir palabra, comenzó a rotar su cuerpo con maestría hasta que estuvimos frente a frente. Se inclinó para darme un beso profundo y me susurró al oído:

- ¿Listo?

- Cuando quieras. – le respondí.

Reanudó sus movimientos apasionadamente mientras se ocupaba de sus propios pezones. Sus vaivenes se hicieron casi desenfrenados hasta que gimió con ganas al llegar su orgasmo, al tiempo que yo descargaba mi leche dentro de ella.

- Cuando nos despertemos me vas a coger otra vez. – anunció y se quedó dormida.

 


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