Kenia (parte 2/3)

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sexual. Todo cuanto le rodea es precioso y en armonía. Una nota encima de su almohada, le informa de la cena especial de bienvenida.

Cuando Bárbara llega, encuentra una escena digna de película. Velas adornan una mesa, al aire libre. Los platos típicos y bebidas, aseguran una primera noche especial. Música de fondo y varios camareros, elegantemente vestidos, le atienden. Pero lo que más le enamora y sorprende enormemente, es el cielo. Inundado de estrellas, brillantes y centelleantes, hacen un tapiz de decoración exclusivo. Parecen que se van a caer sobre ella, casi puede tocarlas. Sólo le queda, cerrar los ojos, respirar profundamente y disfrutar de ese momento. Momento único que unos pocos, pueden vivir. Agradece al universo por invitarla a cenar.

Pasados unos diez días, Bárbara se encontraba ya como en casa. Había podido disfrutar de excursiones maravillosas por el río Mara. Desayunado con leones, paseado con elefantes, fotografiado a familias de cebras, alimentado a bebés jirafa, se había incluso bañado (siempre bajo la supervisión de Diop) con elefantes. La experiencia estaba siendo muy enriquecedora. Esa tarde, había programado un safari un poco especial. Saldrían dos jeeps, darían una vuelta en busca de más especies y fotografías, servirían una cena tipo picnic y vuelta al lodge. Pero está claro, que todo no se puede controlar y la excursión daría un giro inesperado. Muy inesperado.

Los jeeps empezaban a adentrarse por la sabana, caminos paralelos, no muy alejados. En cada uno, había cinco almas. De repente, se oyen disparos, gritos, aullidos, el suelo empieza a botar y lo siguiente que ven, es una manada de cebras y leones huyendo. Diop y el conductor protegen a los tres turistas de su coche. Gritan en su idioma e intentan localizar y hablar con el otro vehículo por radio. No hay respuesta. Mientras, se siguen escuchando gritos y carreras desquiciadas de jirafas. Siguen sin contactar con el resto. El ruido es ensordecedor. Las caras de angustias y miedo es lo único que ve Bárbara. 

-¡¡A las casetas!!¡¡A las jaulas!!- grita Diop a su compañero y coge de la mano a Bárbara y una mochila.

Bárbara que intenta seguir su carrera, mira hacia atrás y ve cómo los otros dos turistas saltan del coche junto con el conductor y desaparecen entre los árboles. Corre y corre sin saber hacia dónde. Sin aliento ya, obedece las instrucciones de Diop y trepa por las ramas de alto árbol donde hay una jaula. Al entrar, intenta recuperar el aliento y sus fuerzas. Él le sigue y cierra al entrar.

-¿Qué ha pasado?¿Qué es ésto?¿Dónde estamos?- preguntó como pudo.

Millones de preguntas le venían a la cabeza mientras intentaba controlar el pánico que ahora afloraba. Diop por su parte, parecía más pensativo y tranquilo. Seguramente, intentando entender lo que podía haber pasado y tranquilo al saber que se encontraban en lugar seguro.

-Seguramente, cazadores furtivos han sido los que han provocado la estampida. Las casetas y las jaulas, las utilizan los exploradores profesionales y reporteros gráficos para sus documentales y poder grabar a salvo. Tranquila, aquí estamos seguros. Mañana vendrán a por nosotros.

-¡Mañana!- responde ella. Entre desconcierto y miedo.

-Sí, tendremos que pasar la noche aquí. No te preocupes, he cogido la mochila con víveres y agua. Tenemos todo lo que necesitamos.- sonríe y sube la mochila como un trofeo.

Bárbara se queda muda. Confía en él ciegamente, pero no puede evitar imaginarse la noche que le espera. Y piensa: “¿No querías aventura? Pues ahí la llevas”.

La noche ha caído. Han comido y bebido amenizado con historias increíbles contadas por Diop. El cielo, que es un tapete bello, cuajado de estrellas y una luna llena (como una farola), parecían cenar con ellos. Las horas han pasado, pero con lo que no contaba ella, es con el frío tan intenso con el que la sabana acuna a sus fieras. Empieza a no notar sus pies helados y con sus manos, intenta darles calor. Diop, la observa.

Ella le había tratado muy bien durante su estancia. Se había mostrado cercana, afable, amable y muy alegre. Le divertía la manera en la que ella disfrutaba toda experiencia. Se reía, interiormente, cuando ella daba esos saltitos de alegría tras acariciar a un bebé león. La encontraba atractiva. Ella por su parte, y al notar a Diop observándola, no puede callar a “la traviesa”. Su mente empieza a espabilarse después de la buena cena y el buen chute de adrenalina vividos. La intenta callar, pero ahí está de nuevo “ya estoy aquíiiiii y no me podrás parar...”. De repente, Diop pega un salto, cuchillo en mano y lo clava justo detrás de su cabeza. Bárbara se asusta pero queda inmóvil por dos razones. El susto, y porque tiene a un masai, encima de ella. Cara frente a cara.

Él le indica con sus profundos ojos negros, como perfilados con kohl, que mirase detrás. Ella gira su cabeza un poquito y ve a una pitón clavada en el tronco. Su corazón se dispara, acelera enérgicamente su respiración. Se miran a los ojos, separados por apenas tres centímetros, y su miedo-agradecimiento, la empujan a besarle. El beso es una mezcla entre: adrenalina disparada, miedo controlado, protección total, deseo ocultado, pimienta y sal. Ese beso, le sabe a gloria bendita. A calor de hoguera, a rugido de rey, a antorcha encendida, a baile masai.....

Los dos se sienten, se palpan, se tocan, se besan, se exploran. La dulzura y elegancia con la que Diop cubre su cuerpo, es pasmosa. Casi un ritual. Nada de prisas. Nada de correr. Tienen horas por delante y ningún sitio al que ir. 

Él, la acomoda y protege su espalda con sus ropas. Deja que la imagen que tiene ante sus ojos, le deslumbre. Ahí está, desnuda, con frío. La luna la baña, dando a su tez, un tono azulado y gris. Sus pezones marcan el camino hacia las estrellas que tintinean como pequeños cascabeles ahuyentadores de brujas. Sus piernas, empiezan a ser acariciadas por unas manos fuertes, grandes y seguras. Sus dedos recorren lentamente, sus rodillas. Sus muslos son explorados con tranquilidad y suavidad. Mientras él explora, acerca su boca al oído de Bárbara y empieza a decirle cosas en masai. Ella no puede creer lo que está viviendo. Su oído y todo su cuerpo, agradece esas palabras tan maravillosas que sin saber qué quieren decir, le están sonando a música celestial. Le vuelve loca que le hable al oído, en otra lengua, desconocer lo que le dice. 

Sólo con el tacto y las caricias que está recibiendo, su excitación es brutal. Él empieza a notar a su leona caliente. Tranquilamente, acerca sus dedos a su cueva. Está húmeda, receptiva y lista. Sin prisas, acaricia las ingles, roza con un dedo los labios exteriores. Sin dejar de hablar bajito, introduce su dedo y lo recibe un calor húmedo, cálido. Se besan dejando atrás, todo miedo. Bárbara se pierde en esa boca carnosa, tierna y húmeda y en esas frases que la transportan al cielo. Y quiere más. Quiere llegar hasta la luna, tocar las estrellas y gritar al universo.

Él coge sus manos y... 


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