MOTEJAR OBCECADO
Alados estelares construyeron estos muros.
Ahora, violentamente, cada grito, gotea golfo.
Tras un telón de sedas amarillas, las sombras,
levantan y cierran las cortinas.
Ya puedes reclinar la cabeza en un hombro,
híbrido, hidrópico, hermético,
y aposentar los dientes con la sed en una hora,
bultos de luz, enajenados, encandilados,
figuras con disfraz, circunspectos, envilecidos,
de dos cuerpos como avestruz,
que al rito y al techo los tenían clavados.
¡Vaya, pues!. No se dijera que ambos observásemos
cuando el goce se tambalea en esta claridad lúgubre,
retruécano, ambidextro, timorato fervoroso,
rescate hostil de la carne escarnecida,
picos, remos de oro sometido, que no sabría decir,
sino el raído azul de su bufanda, draconiana fantasía,
cuando busca el cobijo, de palabras siquiera.
Despojos donde no pueden entrar, en este tiempo,
ni los mínimos relojes, ni las máximas gotas,
viviendo sólo por y para el ojo esquivo,
en el tiempo de sal y azúcar sin concierto,
quemando las alas a las nubes y las olas,
del campanario, la torre, las lenguas y…
Aún no es de noche, las palabras, nada dicen,
nada saben de bultos de sombra inmóvil y cambiante,
tal el signo de la centella en el recuerdo, laxo y ralo,
como a la luz que confabula cada sombra,
sobria, esperpento, brillante adefesio,
en este instante que vive. ¡No lo digas!.
Esa es la tristeza en calcetines con clavos,
y aquélla alegría sin tiempo, tan de prisa hecha trizas.
¡Ven hasta mí!.
Dice la belleza silenciosa, licenciosa,
la pensamos y fue, sobre la tapia, más allá del techo,
que pronuncia el nombre de las lucientes cabelleras,
de las jóvenes amantes, en tanto tientan temblando,
la pesada nave por tres años suspirante,
en el limbo de la refulgente frigidez,
por tres años golpeando, displicencia y atonía,
semejante a una bestia de carga, contumaz que impele.
Madejas indistintas, atiborrando andrajos.
Necias nucas en cada frente…
¡Rodillas en el fango y la inopia!.
Autor: Joel Fortunato Reyes Pérez
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