No podía mirarle directamente, siempre que entraba en el restaurante donde yo trabajaba, solía esconder la cabeza detrás de las estanterías de la barra o incluso giraba la cabeza y hacia mirar hacia otro lado. Solía venir con su pareja cosa que hoy no hizo. Se encontraba solo, sin acompañante. En todo este tiempo no había cruzado ni una sola vez la mirada con él y mucho menos la palabra, todo gracias a mi compañera de turno, ella se encargaba de la sección en la que él se solía sentar. Pero esta vez fue diferente. Fue directo con todo su porte, hacia el final de la sala. Andando con ese movimiento como si fuera el rey de todo el lugar.
Yo debía parecer una admiradora secreta, mirándole, parada ahí detrás de una de las mesas haciendo como que quitaba la suciedad y recogía las mesas. La baba se me caía, literal. Siendo realistas... mucho más. Sentía palpitaciones en todas las partes de mi cuerpo, me hacía sentir un sentimiento desconocido. Había estado con chicos antes, algunos de ellos no sé si se les puede considerar "hombres", pero si, había tenido experiencias sexuales con el género masculino antes, pero nada comparado con esto. No sé si era debido a que sabía que sería algo imposible, un amor platónico, inalcanzable ya que él tenía su novia. Preciosa, por cierto, una chica alta y morena, con el cabello corto al estilo Bob y un color negro azabache, nada que decir de su mirada felina claro... Toda ella perfecta. Juntos hacían la pareja perfecta. Y aquí estaba yo todo lo contrario, imperfecta. Camiseta manchada de restos de café, grasa y refrescos, vaqueros demasiado desgastados para definirlos "A la moda". Cabello pelirrojo recogido en un moño desecho. Y como mucho mi mirada parda ... con el rímel corrido, de felina nada. Más bien de loca, salida del manicomio. Después de un turno de 9 horas sin parar no era de esperar mucho más. Suerte tenía de que no me llegaran los restregones hasta la barbilla haciéndome parecer el joker.
Volviendo a la realidad me di cuenta que se había sentado en mi sección. Mierda...cogí y guarde el trapo sucio en el bolsillo del delantal y salí de mi escondrijo imaginario detrás de la mesa. Me encaminé hacia él mientras iba mirando de un lado para otro sin posar la mirada directamente sobre su cabeza. Vergüenza es poco a lo que sentía. Me limpie las manos en los laterales del vaquero, haciendo un intento en vano por quitarme el sudor de ellas. Me acomodé el moño desastroso como pude y seguí avanzando mientras un montón de inseguridades me surgieron.
—Buenas noches ¿Que vas a querer tomar? - me apoyé contra el filo de la mesa mientras sacaba la libreta y el boli, intenté ocultar el temblor de las manos como pude y esperando su respuesta, me armé de valor y le miré a los ojos. Eran hipnóticos, grises como el plomo. Pero no me miraban a mí, estaban centrados en la carta que había en la mesa. Como no, ¿Qué esperaba, algo diferente? Tiene novia, tonta...
—Tomaré una Coca-Cola y una hamburguesa. Emmm... Si.. una ración de patatas también, si es posible, claro. Y nada más. - Levantó la mirada de la carta y se dignó a mirarme con una sonrisa, pero duró poco ya que corté el contacto rápidamente y me puse a anotar lo que me había pedido como una boba.
—De acuerdo, ahora mismo te lo servimos. - Mierda, vaya actitud, ni una sonrisa por mi parte y más sosa que la mojama. Así sabes cómo gustarle a los hombres, si señor. Aunque ¿para que gustarle? Si tiene novia, por enésima vez esta noche, deja d hacerte ilusiones... No estás a la altura.
Girándome, fui replicando hasta la cocina donde dejé la comanda, regañándome a mí misma dándome una ostia mental en la cabeza por boba e ilusa. Seguí atendiendo a los demás clientes que habían entrado. Con suerte en un par de horas como mucho estaría en mi casa.
Cuando el viejo Frank, dueño y cocinero del restaurante me avisó de que el pedido de Don desconocido no tan desconocido estaba hecho, fui a entregárselo. Debía estar serena, mantener la compostura, no dejar que me influyera algo que no formaba parte de mi vida, un hombre que no era parte de mi día a día, era absurdo darle importancia a algo insignificante. Conforme iba acercando distancia volví a notar ese sudor frío en las manos y la espalda, las mariposas en la boca del estómago, en la garganta y hasta en los ojos. Aterricé en un golpe seco, la bandeja golpeando la mesa y yo sujetando rápidamente la bebida para que no se derramase por todos lados. Por suerte quedaban pocos clientes, esperaba que no hubiesen visto el espectáculo. Pero cuando levanté la vista lentamente de la mesa hacia delante, me encontré con una mirada de plomo.
—¿Todo bien por ahí...?
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