SÉQUITO DE PAÑOLETAS
Porque allá el cielo está rayendo,
al rayo, que reía al desierto,
cada raíz, absorto y acopado,
opaco ópalo, bonanza y badajo,
cuando alela y aviva y reprende,
eso que decrece y perece.
Entre lo que habría raído
al mismo viento,
en aguas, sangres, arenas inocentes,
como si rayese tejidos los sueños,
con insomnios almendrados,
sin vivir, ni lid justa,
sólo áfono sonreír,
barato ágrafo y barrancoso.
Aunque degüelle núbiles alientos,
engargolando nieblas duras,
rapaz atroz, cada tiempo infecto,
como degollarían los huesos la muerte,
yerta, más que eterna
más que tierna dócil flama.
Donde riñó al reino la risa,
condecorando infames,
panteones, lápidas, plumas, agua, aire,
incendios ceniza caminos zapatos
gritos silencio amargo vinagre largo.
No es ajeno para la espalda,
ni para el llanto del tejado,
este amarillento intento,
que atraviesa párpado y cabalgadura,
ya que puede desnudar al hueco,
que desayunan las ventanas,
en la nieve incendiada del almidón,
del cansancio al primer desfile,
huracán con pingüinos y canguros,
donde dolores duelen duelas,
rauda rueda ruda ronda.
¡Si aquella orilla fuera timón!.
Me devolverían la ceguera
los topos, con el pico de la noche,
donde anidan los muslos del ojo,
y acribillan los cristales.
Enjambres de manzanas,
y serpientes bailan al corcho,
dormido y empaquetado diluvio,
de caimanes candados espinas espumas humo
números pedazos incansables jardines tabernas
muelles escaleras fusiles.
¡Celeste abismo y despeñadero
empeñado empañado pañuelo!.
Autor: Joel Fortunato Reyes Pérez
Comentarios
COMENTAR
¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales