Algunos fines de semana la prima de Jorge, Antonia, vivía en casa de sus tíos, los padres de él, porque los suyos viajaban a casa de la abuela que vivía a cien kilómetros de distancia. Se encontraba delicada de salud y casi ciega. Durante los fines de semana nadie la atendía y eran ellos los que se encargaban de cuidarla.
Entre la habitación de Jorge y la de Antonia, en la parte superior de la pared, había un ventanuco con una cortina que se manejaba por la parte del cuarto de él. A la hora de acostarse, Jorge, subido a una mesilla pegada a la pared, recogía un poco la cortina y espiaba a su prima. Nunca pudo verla desnuda, pero sí en ropa interior, lo que le excitaba sobremanera. Tenía ella un cuerpo precioso, muy bien formado y sensual.
Una noche se quedaron los dos solos en el salón de la casa viendo la televisión, en blanco y negro en aquella época, mediados los años 60 del siglo pasado. Él le recordó cuando de pequeños jugaban a médicos. "A ti te interesaba mucho ver mi cuerpo, sobre todo de cintura para abajo, pero yo nunca vi el tuyo, no me dejabas". "Pero sí hacías como que me ponías inyecciones y me mirabas el culo", replicó ella.
Jorge se puso de pie y se bajó ante ella el pijama y el calzoncillo, mostrando una gran erección. Su prima lo miró con sorpresa y detenimiento. "Ahora haz tú lo mismo", propuso él.
"¿No tienes bastante con mirarme por la ventana del dormitorio? No creas que no me he dado cuenta", le dijo ella. "Mira luego, que verás más", añadió.
Con esa promesa se metieron enseguida en sus habitaciones. Jorge espió a su prima y la vio desnuda por primera y última vez en su vida. Nunca olvidó la imagen.
La abuela murió y Antonia no pasó más días en casa de sus tíos y su primo.
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