Hato de la Manigua

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Hato de la Manigua

No fue hasta finales de 1968 que lo volví a ver. Estábamos trabajando como parte de nuestra reeducación por el gobierno revolucionario en Las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), cuando en una de nuestras últimas salidas, luego de cobrar nuestros 7 pesos, nos montaban en camiones junto con los Reclutas, que así se les llamaban a los jóvenes que cumplían el Servicio Militar Obligatorio.

En la antigua provincia de Camagüey fuimos a parar jóvenes de toda la isla, diseminados por cuanto Central Azucarero había, seminaristas, artistas, bailarines, médicos, todos profesionales disidentes del régimen y otros declarados opositores a la revolución.

Cuando lo vi no pude levantar la vista para que no descubrieran la inmensa alegría que me daba y a la vez pena por encontrarlo allí. Ya con mi calvario era suficiente.

No pude dejar de mirarlo lentamente, a momentos agachaba la mirada para no ser descubierto. Observaba que, a pesar de estar mucho más flaco, aún conservaba esos brazos fuertes y esas piernas en las cuales más de una vez había cabalgado.

Pero estabas allí con tu mirada tierna de siempre, pero esta vez muy triste y cansado.

Recordé aquellos días en los cuales yo trabajaba en la Casa de Socorro, donde era el único médico por aquella zona , junto a la Señorita Armas Noguel, que era la enfermera, pero que estaba loca por ti, a pesar de su sangre azul, por ser nieta de aquel guajiro arrepentista dueño de medio Santa clara y de Altagracia Pitaluga , que se decía que era descendiente de la realeza europea , al venir su bisabuelo  Anatolli Fiorenzana a Mantua producto de la equivocación y naufragar en esas tierras lejanas de Pinar del Río.

Aquel día jamás lo olvidaré. Me esperaste a la salida de la Colonia Española, que era la sociedad donde se realizaba esa noche el Baile de las Uvas, y tú por ser mulato no podías entrar, y queríamos despedir el fin de año juntos. La orquesta de Barbarito Diez todavía sonaba, y trabajo me costó escaparme de la Señorita Armas Noguel, que después de bailar toda la noche conmigo, tal vez esperando mi declaración de amor, pues desde niños nuestras familias soñaban con esa unión. Aunque ella de quien estaba enamorada era de ti, quién no lo iba a estar, con esos ojos azules y tu piel morena, y tu pelo rizado color de miel.

Tomamos mi Chevrolet Bel Air 1957 y nos fuimos hasta la ribera del río Guaracabulla, donde bajo aquel pequeño bosque rodeado de mangos, almácigos, algarrobos y guayabos, me desnudaste de un tirón y me hiciste el amor tan dulcemente salvaje que aún recuerdo tu olor a ron y el sabor a piña, mango , melón , que disfrutaba con mi lengua al estallar tu salvia viril dentro de mi boca, y me tomaste una y otra vez , como un animal en celo , en las aguas calientes de aquel río , hasta el amanecer.

Al irnos vi escondido entre las palmas barrigonas, el Ford Zephir de la Señorita Armas. Luego supe por qué, aquella monstruosa noche de la toma de Baez, en el camino de Nazareno, fuiste hecho prisionero y torturado.

El camión frenó y estabas medio dormido, avisaron, parada de La legua, y te vi bajar, tu silueta se fue perdiendo en la guardarraya donde pude ver como te quitaste el sombrero de guano y buscaste mi mirada.

Macondo, 4 de noviembre de 2019


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