ARCAICA ACRITUD
Compartían las únicas sombras,
la crespa cabellera cana, serena,
la nieve durmiendo sana, solemne.
El canto del rojo estocado,
una amante almendrada,
una palma combatiendo.
Pintaba la casa curva encendida,
con la herida historia ignorada,
con la herida hoguera templada.
Con la espada espalda plateada,
cuando cantaban las monedas,
cuando cantaban los muñecos.
Ya contaban en los rieles al florero,
ya contaban en los ojos al humo,
ya contaban en los dedos al piano,
un aguador sediento en la frente,
un campesino cargando cemento,
un cabrerillo en la pesada pierna.
Cegadas de limones las dulzuras,
cegadas de limosnas las tristezas,
la llovizna, la mirada, la caverna.
Ya dentro la belleza extirpaban,
ya dentro la bajeza expandían,
los vidrios, los vapores, los libros.
Porque del exótico elogio emergía,
helado, habitante, hierro, hostil,
el sentido, el túmulo, el maleficio,
el filo, el golpe, el recelo, el portal.
Más allá, caían las cadenas candentes,
como doradas diademas de grutas.
Por cuchillos ahorcados, y balas inocentes.
los vivos hablan más que las piedras,
y los muertos son menos que ceros.
Más acá una mano entibia las tumbas,
los huérfanos, los huertos, los huesos,
donde restan con ácido perfumes y epitafios.
Con la fiebre del invierno y la fruta,
con la pequeñez de una campana,
con la insensatez de una hormiga.
Preeminente obscura violenta rosa,
alegre exasperante indecente canasta,
nauseabunda navaja mecánica fanática.
Autor Joel Fortunato Reyes Pérez
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