EN EL APODÍCTICO CADALSO
Traté de recorrer nieves y fantasmas,
y recordar los cándidos topacios,
en el corazón del tiempo yerto,
pues había soñado la noche,
del vulgo, torvos garfios, agrios,
del encono exacerbado, salado.
Antes de estar el polvo consciente,
hallando las plantas cautelosas, hizo,
gotas de ayeres e inseguras lupas.
Con el movimiento de la escarcha, vió,
dónde se han rendido los cristales,
y el olvido, en remolinos de ventanas.
Como ruedas de vicios giran, helicoidales,
semanas y meses, años y décadas, siglos,
sin cesar, sin campanas, sin tambores,
constantemente mortales y atónitos,
encontrando al cielo viudo y huérfano,
aunque la luna invadiera las espigas.
Nadie elevó del espejismo las piedras,
ni las montañas, las mañanas, las arañas.
El pantano está colmado, colgando generoso,
dónde el sol es enamorado por las sombras.
Sembrando angustias al suspiro peregrino,
que vende césped en las colinas, fugitivas.
Ya el océano se tiñe con ruinas de mármol,
porque en otro lugar, estéril grita, el hierro,
y oculta las pupilas de las grutas, el martirio,
del blando bosquecillo, metal semidormido.
Ya el éter petrificó sus huellas, alambicadas,
purpúreos esplendores, ásperos y exóticos.
Autor: Joel Fortunato Reyes Pérez
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