Paca, es una anciana con una vida anterior intensa, ha pasado por todo, tiene experiencias que guarda en su mochila interna para ella sola, porque si las contara llevaría a sus escuchantes a la locura. A mí me cogió en plena pubertad y me llevó “al huerto” a la primera.
Recuerdo, que venía a ayudar a mamá en casa, trabajadora incansable cumplía a rajatabla sus órdenes y su ayuda le resultaba valiosísima. Un día al bajar a desayunar percibió que yo venía envalentonado de entrepierna, la traía como una morcilla. En segundos valoró su potencial y lo debió estimar adecuado porque comenzó una estrategia de giros y roces hasta conseguir ponérmela en plenitud.
Estábamos solos y ella tenía toda la potestad del mundo, así que me llevó al sofá, me bajo el pijama, me echó hacia atrás dejándome sentado, se puso en cuclillas y empezó a masturbarme como sólo sabe hacer una verdadera artista. Cuando ya me tenía con los ojos cerrados y perdido el sentido, se quitó la dentadura y metió mi dura en su cueva desdentada. Me lamió con tanta fruición que le llene la boca en segundos y con abundancia.
A partir de ese día (cuando mamá no estaba en casa), con regularidad la llamaba a mi habitación para que calmara mis ardores. Ella subía presurosa, tanto por ser activa como porque le gustaba y la ponía llevarme al éxtasis. De masturbarme y hacerme mamadas impresionantes, pasó a meterme el dedo en el culo y después siguió, llevó mi mano a su otra cueva y me hizo sentir su excitación. No tardó en buscar calmar también sus propias apetencias, posicionada adecuadamente se clavó a placer mi vástago, al que buscó posteriormente otros agujeros suyos, igual de complacientes o más para mí.
Era un festín cada vez que me pillaba y me volví adicto suyo.
Llegué a no verla vieja, me gustaban hasta sus arrugas. Cuando la cogía por mi cuenta la llevaba a un estadio que ya tenía olvidado y entonces entraba en trance, se le volvían los ojos y hacia exclamaciones como de no poder seguir, pero se corría y me pedía más.
Su olor característico me excitaba y por donde ella pasaba luego iba yo en peregrinación.
Sé las sabia todas, tenía imaginación y me buscaba las vueltas. A una de sus bragas (negra por cierto) le hizo un agujero a la altura del culo y se puso echada en el sofá cuando me oyó venir. Fue un espectáculo encontrármela allí con aquello en pompa y dispuesto, me puse a tope y la embestí como a ella le gustaba. Lo repitió en más de una ocasión y siempre gritaba de gusto y me excitaba tanto así que me corría de seguido.
Tenía remedio para todo, cuando la cosa iba tan rápido por detrás, luego me la enjabonaba y ponía de dulce. Luego, tendido, me lamía toda la periferia con parsimonia y cuando llegaba al meollo se aplicaba a fondo y me volvía chalado. Ya verraco me ofrecía su peludo húmedo y calentito y nos dábamos un festín.
Ahí abajo, arriba de su peludo (como le llamaba ella), me explicaba como tenía que darle los giros de lengua con penduleo y se le erizaba y ponía como una habichuela de grande, lo tenía sensible y duraba poco sin correrse, cuando proseguía me pedía descanso porque le dolía de las sensaciones tan fuerte que le daba.
Con ella lo aprendí todo, incluso a manejar a las mujeres, me imponía actitudes y me explicaba el porqué. A la primera jovencita que me ligué y llevé a casa, le di con todo el adiestramiento y luego me buscaba como una loca para volverlo a hacer. Reconozco que no me molaba ser maestro sino aprendiz y después en vez de jovencitas busqué maduritas con las que aprender, pero todas resultaban un fiasco. Tan sólo Paca me ofrecía lo que yo necesitaba, experiencia y sexo sin fronteras.
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