Bastardo letargo

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BASTARDO LETARGO

Cuando el olor de dolor,
destejió las tardes pardas,
cuatro espadas blandas dormían,
al oro de neblina rancia ruda.
Tanto más infelices que nueces,
los claveles movían las agujas al mar.

Sepultados fuera del piano los panes,
arriba de un grito de nácar cantaban,
por entre las estepas del cielo,
las limosnas del cuadro danzando.

Nadaba contra la eternidad el final fiel,
la inmovilidad del solitario silencio,
y la pureza de los conejos del viento,
a través del degradado absurdo,
una agreste fragancia moría.

La enrojecida irracionalidad era nítida,
y temblando el delirio se escondía,
entre la inmediatez furiosa y honda.
Una quimera plateada huía y se caía,
porque detuvo las montañas saladas.

Desde la última mañana, herida la espina comía,
todavía entre ayuno al asno desnudo.
Más allá, los hálitos morbosos escribían,
del mediodía al regio quebranto.
Y la noche, atesoraba mil ausencias punzantes.

Autor: Joel Fortunato Reyes Pérez


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