El padrino II

La mañana en que ocurrió fue como otra cualquiera, aunque el niño que aún sentía ser en su interior, había crecido, cambiado de aspecto, transformado en hombre, y ya no desayunaba vasos de leche con galletas. Se sentó a la mesa junto a los otros y le sirvieron café. Imitó al resto y lo acompañó de unas pastas de té. Lo único que no hacía era fumar y por encima de él una densa nube de humo iba ocupando la estancia. No le molestaba, ya se había acostumbrado a ella y formaba parte de su vida.

La reunión, como siempre presidida por el padrino, era la semanal, y ya había asistido a muchas de ellas, observando con mucha paciencia lo que se debatía y, sobre todo, las actitudes que adoptaban todos sus componentes, Aprendiendo. Ni siquiera él mismo presentía que esa mañana iba a ser su consagración. Simplemente asistía a otra más, e iba tomando nota mental de lo que allí se cocía, de las tramas que se urdían, de las venganzas que se planificaban, los robos que tendrían lugar en las próximas horas, los sobornos que acontecerían realizar a los funcionarios, a la policía, al mismísimo alcalde... Una mente privilegiada. No perdía un detalle. Tanto que podría comentar lo hablado con cualquiera que hubiera estado ausente física o, mentalmente. Ya lo había puesto en práctica con uno de ellos en una ocasión en que, sin proponérselo, comenzó a opinar sobre lo hablado. El otro interlocutor manifestó no haberse dado cuenta de tal o cual detalle, pero le pareció muy interesante que el chico no hubiera pasado nada por alto. No lo puso en conocimiento del padrino, porque pondría al muchacho en peligro. Era un rival potencial, de eso sí se dio cuenta, y prefirió mantenerlo en secreto, por el bien del chico.

Sin embargo, en aquella reunión, y prácticamente sin darse cuenta, el joven lanzó una opinión. Todos callaron, incluido el padrino que se quedó mirándolo fijamente. Se mascaba la tragedia.