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Después de un arrebatado beso, abrí los ojos para encontrarme con tus labios rosados todavía separados, despidiendo vaho debido al frío de otoño.
El color vivo de tus labios contrastaba con el atardecer de viernes y tu tacto seguro que era lo más parecido a la suavidad de las nubes naranjas.
Alcé la mirada y tus ojos seguían cerrados, tu mente seguía en otro lugar, pero tú estabas conmigo. Tu mano se cerró sobre mi mejilla y apuesto que si no saqué chispas es porque resulta imposible, pero por dentro cada una de mis células y entrañas explotaba.
Buscaste mis labios de nuevo.
Yo no entendía por qué la gente cerraba los ojos al dar un beso. Pero ese viernes lo entendí.
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