Susan refunfuñaba mientras limpiaba el polvo a la manera antigua gamuza en mano. Cuando una figurita japonesa traída por el único novio que había tenido hacia años cayó rompiéndose en mil añicos, lo decidió. Compraría un P.911, el último modelo salido de la fábrica “Your Helper Forever Inc.” Al ser el más sofisticado de su gama, resultaba algo caro pero al menos no la molestaría con la cháchara de los ayudantes humanos.
Susan era una famosa escritora. Era conocida igualmente por sus obras como por su mal carácter .Nunca concedía entrevistas y su contacto con la Humanidad se limitaba a las trifulcas habituales que sostenía con su editor.
Su P.911 resultó de lo más eficaz. Se encargaba de las faenas de la casa además de servirle como enciclopedia. Estaba programado para contestar a la mayoría de preguntas que a un escritor le podría surgir en el desarrollo de su trabajo. Era un incondicional oyente de sus veladas al piano, de hecho admiraba esa facultad de ella. Jamás declinaba jugar al ajedrez cuando lo solicitaba. Cuando venían las sobrinas de Susan, para ella insufribles, el P.911 ejercía de perfecto tío permitiendo que las niñas se subieran a su espalda y jugando con ellas al escondite. Para merendar siempre les preparaba unas galletas con chocolate.
Conforme pasaba el tiempo, la salud y el carácter de la escritora empeoraban. Dada su misantropía, ningún médico consiguió ingresarla en un hospital. A los 82 años murió en su cama.
El P.911 hizo el aviso pertinente, se echó junto a ella y cogiéndola de la mano…esperó.
Sobre la mesilla una nota manuscrita diciendo con su conocida aspereza que «puesto que yo soy la dueña del P.911 dejo dispuesto y pagado el desmantelamiento del mismo tras mi muerte».
Nadie sospechó de la perfecta imitación de la letra de Susan.
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