Primeras humedades

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Te diré que tuve un amor platónico... que sólo fue eso.

Por más que siempre estaba a mi lado, me venía a buscar a casa y me acompañaba, no se atrevía a más.

Para darle en los morros a ese panoli, empecé a salir con un chico diez años mayor que yo. No era especialmente guapo, pero tenía un cuerpo fuerte y aunque yo era novata en esto, no era tonta.

Pero no estaba preparada para la práctica. 

El primer morreo me dejó chorreando. Tenía unos labios grandes y suaves y el cabrón sabía besar, si, lo hacía de maravilla. Yo alucinaba por las sensaciones que me transmitía mi cuerpo, contracciones, pechos enhiestos, suspiros... toda una experiencia... y sólo con un beso con lengua. Aún recuerdo sus labios trepando sobre los míos, despacio, saboreándome, delicado pero firme, su lengua giraba alrededor de la mía y la absorbía con deleite, sabedor de que era mi primer beso. Eran cálidos y expertos, me llevaban a otro sistema solar.

Lo que yo no sabía era la reacción que iba a producir en su cuerpo que el mío estuviera completamente pegado al suyo. Y me encontré con una sorpresa enorme marcando en su pantalón ajustado, que se restregaba contra mi sexo, enervándome y poniéndome cochinísima. Nuestros brazos acariciándonos las espaldas eran lo máximo que podíamos hacer en un parque. 

Él tenía un coche pequeño, y un día pasó a recogerme donde estudiaba, enfiló hacia la montaña y aparcó entre dos coches vacíos.

Empezamos a besarnos, y ocurrió lo mismo que en el parque. Lenguas que recorrían el cuello, labios ansiosos comiéndose entre ellos, manos que acariciaban la espalda... hasta que sentí una sensación indescriptible. 

Un calor embargó mi cuerpo a medida que sus manos iban acercándose a mis pechos. Lo deseaba intensamente, todas mis sensaciones eran exageradas, mi cuerpo temblaba, mi vagina se mojó como si hubiera tenido tres orgasmos seguidos y cuando los abarcó con sus manos creí que me iba a desmayar. Sus dedos primero recorrieron la forma de mi sujetador, después bajo el elástico empezaron a amasar y pellizcar mis pezones... qué deseo incontrolable, no os lo podéis imaginar. Mis suspiros llenaban el pequeño coche, sus palabras me susurraban al oído cuánto me deseaba y eso todavía me encendía más.

Después de ponerme a cien, cogió una de mis manos y la acercó a su paquete. Probablemente temía mi reacción. Yo también. Porque mi mano, ajena al mundo del sexo, no había tocado nada semejante. 

Me quedé un segundo parada, pero luego, como si fuera natural, empecé a sobarle una enorme polla que atravesada, amenazaba con romper el pantalón.

Caliente como una brasa, se bajó la bragueta y el bóxer y saltó despedida hacia delante. Con su mano puso la mía en ella y me enseñó los movimientos que le excitaban... hasta que dejándome sola en ello se dedicó a sobar mi entrepierna que estaba ya calada por mis fluidos, hasta que se corrió con placer, gimiendo con los ojos cerrados. Al terminar, un impulso me hizo acercarme a ella y darle un beso en la punta.

Ese día hice mi primera paja. 

La primera que me hicieron a mi... para otro relato.


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