Mi padre fue un médico de renombre. Hombre culto y educado con un punto de cabezonería debido, decían, a sus raíces aragonesas. Desde que tengo memoria, recuerdo a mi padre dando por sentado que yo seguiría sus pasos como profesional de la medicina. Cuando acabé mis estudios de bachillerato, no tuve el valor de decirle la verdad, lo que me entusiasmaba en realidad era el mundo de la interpretación, llegar a ser una gran actriz de teatro. Por aquel entonces, mi padre ya había sufrido su primer y muy grave infarto. Fue lo que acabó de decidirme, haría lo indecible para que él estuviese convencido de que su hija cursaba en la Facultad de Medicina. Pedía apuntes y libros de patología, anatomía…a mis amigos. Apuntes y libros que hábilmente esparcía por mi cuarto…hasta me compré una bata. Mi padre estaba orgulloso pero cada vez más débil. En secreto cada día acudía a mis clases de arte dramático.
A los pocos meses tuvo el segundo ataque del que ya no se recuperaría…A su funeral acudió lo más granado dentro del mundo de la Medicina…Llegué a casa y descubrí en el suelo, a los pies de la librería, uno de sus libros de biología abierto por las páginas centrales. Entre ellas había una carta a mí dirigida. En ella, mi padre se mostraba muy satisfecho por mi elección. Dijo sentirse muy divertido al ver como yo inventaba toda suerte de maniobras para que él creyera que su hija “iba para médico” Entendía que todo el engaño había sido urdido de buena fe y que si no hubiera sido por la indiscreción de un conocido meses antes, jamás se habría enterado de la realidad. Así pues, añadía, era una excelente actriz y me daba su bendición para que continuara preparándome para las tablas.
Gracias, papá. Te querré siempre
Comentarios
COMENTAR
¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales