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Se dilataron sus pupilas, sonrojó su delicada tez y erizo el vello al
percibir tal muestra de voluptuosidad recorriendo su despojado
torso. Inclino el dulce cáliz de jugo glorioso que la entregaría un
marco de frenesí suscitado por la deleitosa atmósfera que en tal
reinado estival se agradecía tan satisfactoriamente, como lo
encarecen en su valía las barricas que allí sosegaban para algún
día retomar ejercicio de dulce lujuria en símiles coyunturas de
fructuoso deleite. Atestiguante vital y taciturna, la cueva respeto
con inamovible sigilo los gemidos que la trasladaron hacia el
venturoso éxtasis.
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