Como todas las tardes al salir del trabajo, Adela y yo contemplábamos los escaparates de aquella tienda. Tenía un aire entre lujoso y decadente,pero llamaba nuestra atención las bellas prendas que exhibía.
Mi amiga se había fijado en el vaporoso sombrero negro que descansaba sobre una caja y a mí me fascinaba un vestido azul de flores que parecía desmayado a los pies de uno los maniquíes blancos.
Día tras día, como un rito, hacíamos la parada obligada frente a la boutique donde nuestras miradas se posaban en los dos objetos favoritos.
Una tarde en la que Adela no me acompañaba decidí dar el paso y entrar en la tienda. Tras de mí, la puerta se cerró de golpe. Nadie salía a atenderme por lo que me adentré por un pasillo interior escasamente iluminado. No consigo recordar lo que paso después. Lo primero de lo que soy consciente es de que me vi ataviada con el vestido azul que tanto me gustaba. Unos brazos me llevaban al escaparate y descubrí que los brazos, las piernas y la cabeza se me habían tornado inflexibles. Al pasar delante de un espejo vi que mi cara estaba rígida, inexpresiva y espantosamente….blanca. Aquello parecía un sueño, más bien una pesadilla.
A partir de ese instante desde mi puesto veía como otras muchachas en la calle se paraban a mirar los cristales e incluso señalaban mi vestido azul.
Mi desesperación fue total cuando, unas jornadas después al otro lado del muestrario vi a Adela. Intenté gritar, moverme, hacerle huir…todo fue en vano. Mi amiga entró en la tienda cerrándose de golpe la puerta tras ella. A las pocas horas un nuevo maniquí seria colocado al otro lado del escaparate. Mientras le ponían el vaporoso sombrero negro, un rápido cruce de miradas….
Sentí como una lágrima resbalaba por mi blanca tez. Seríamos eternamente jóvenes y eternamente presas. Pero no seriamos las últimas….
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