Como todas las noches antes de acostarse, Mary cepillaba con esmero su hermosa cabellera rubia mientras con su pensamiento volaba junto a John en donde quiera que se encontrara. Se había volcado en su hijo desde que el padre de este desapareciera en el Ártico. Desde ese momento, John decidió seguir los pasos de su padre y dedicar su vida a la investigación. Por su profesión, se veía obligado a viajar por todo el mundo. Traía, tras cada uno de ellos, un regalo para su sufrida madre que imaginaba mil peligros en los periplos de John.
Pasaron los años. En el viaje más reciente a Sudamérica adquirió un juego de plata compuesto de peine y espejo recordando el cuidado que ella dedicaba a su cabello. Triste regalo fue aquel. No le había comunicado nada en sus conversaciones por teléfono para no preocuparle y hacer que sus viajes fueran todavía más difíciles. Hacía meses que, por la aparición de un cáncer, se sometía a quimioterapia circunstancia que había provocado que perdiera la mayor parte de su pelo. No obstante, ella cogió con ambas manos el regalo de su hijo llevándoselo al pecho con ternura. A continuación pronunció unas enigmáticas palabras:
«Guarda estos objetos, hijo mío, que un día te pueden ayudar»
El sonrió con escepticismo y los guardó. Apenas unas semanas después Mary sucumbía a su enfermedad.
John volvió a su trabajo que esta vez le llevó al Polo Sur. Durante meses estuvo ocupado con sus investigaciones. Salía a menudo con su equipo al gélido exterior. En el trascurso de una de esas expediciones se produjo el accidente. Las dos motos de nieve que precedían a la suya desaparecieron en una grieta. Cuando la suya comenzaba a deslizarse hacia el abismo, John saltó hacia el hielo evitando la caída. Durante horas hizo lo imposible por ponerse en contacto con sus compañeros….sin resultado. Todos los instrumentos de comunicación se hallaban en la sima. Se encontraba perdido. En medio de aquel inhóspito paisaje a su mente acudieron entrañables momentos vividos en su apartamento de Londres, como el olor a jazmín de Susan y su estremecimiento mientras él recorría su piel. Sus tardes en la habitación donde leía alguno de sus libros a la vez que sonaba la música de Schubert, el olor a tabaco de pipa….
Recordó con amargura que justo aquel día hacia un año, su madre había muerto. Sacó de su bolsillo el pequeño estuche con el peine y el espejo en el preciso instante en que el sonido de un helicóptero lejano lo sacó de sus recuerdos. Movió el espejo bajo los rayos del sol.
El helicóptero lo localizó.
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