Cobarde

Siempre tuvo la facultad de suprimir el mundo para hacernos existir dentro del que ella creaba, con su sonrisa pacificadora cuándo la casa estaba en llamas, con su olor particular y muy por sobre todo con sus códigos secretos, de esos que se inventan las madres.

Lucha todos los días para reconstruir los retazos de pasado que le va dejando el padecimiento, dice que mi nombre nunca lo olvidará, y con mucha pena confesaré por vez primera que no le creo totalmente.

Me había limitado –por petición suya- a ayudarle en lo más mínimo.

Quiero sentirme útil –decía-.

Mi pequeña batalla era cambiarle las cosas de lugar intencionalmente, para ejercitar su memoria y evitar un desgaste que se vislumbraba inevitable; al principio el salero, después la ropa en el clóset, hace poco teníamos una ida y vuelta del carajo con los muebles que no paraba, al final del día la sala terminaba donde el comedor y el comedor dónde la sala.

Su padre –mi abuelo- fue un militar con voluntad de roble, así que el  sentido del honor y la gravedad de la traición se volvieron ideales inherentes a su alma. Cuando me descubrió –en un momento de lucidez conmovedor – vino con toda su furia a reprocharme, por faltarle y por hacerla sentir tonta…

Ya ha dejado de notar los cambios, podría traerle Júpiter a casa y no recordaría que al despertar no estaba.

Hasta hoy ha cumplido su promesa de recordar mi nombre y quise aprovecharlo. Me le pare enfrente y me declaré culpable en primer grado, traidor y desobediente irremediable.

Me miró extrañada.

No importa –dijo-.

Y yo sé que no importa, sé que olvidará, cómo lo hacen las madres con todo lo malo que uno comete. Solo hay algo que me fastidia: saber que ese olvido incluye no recordar que algún día parió a este cobarde.

* Para mamá. Por si algún día tropezaras con estas letras de calidad infame.