Capítulo Primero / Tiempo de Rencor-A

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Sobre las 18:00 horas, la fina lluvia que desde los últimos tres días no paraba de caer en el hermoso pueblo de An Moborski, del Condado de Burban, se convirtió en un verdadero chaparrón y aunque el servicio meteorológico lo calificaba ya como tormenta e instaba a la precaución, sus habitantes no le concederían tal categoría hasta que la cantidad de agua fuera impedimento para que algún vecino se pudiera acercar hasta el único Pub del pueblo…. y esa tarde estaba lleno.

Los pocos visitantes que por obligación entraban en el “Papagayo Rojo” siempre preguntaban a su dueño por el motivo que le había inducido a ponerle tal nombre, ya que obviamente esas tierras no eran hábitat natural de ningún ave tropical. Siendo siempre, también, la misma respuesta, la que Milo, el dueño del “Red Parrot”, explicaba con verdadero énfasis. – Cuenta una antigua leyenda griega que un exótico pájaro llevó a los actuales habitantes del sur de Italia hasta la más maravillosa tierra que hubieran visto jamás y que sus rojas plumas cayeron en ella fertilizando sus campos y su mar por los siglos de los siglos…. Además es tan buen nombre como cualquier otro. Pude escoger entre miles y me quedé con éste, aunque en mi vida he visto de cerca un bicho de esos. Preguntando siempre al finalizar ¿Usted cual le hubiera puesto?.

Aunque afuera no dejaban de caer chuzos de punta y la sensación de frío se acrecentaba por momentos, en el Pub no paraba de entrar gente. A las 20:10 horas, como cada viernes, llegó Dimas Howars, el único funcionario cuya oficina está justo a diez minutos andando del Papagayo Rojo. Su condición de cartero de pueblo podría dar una impresión equivocada, siendo una de las personas más consideradas de la comarca y la única pagada por el Estado. De los pocos no pelirrojos de los alrededores su extensa mata de pelo negro fue su seña de identidad hasta unos dos años atrás en el que había dejado también de practicar deportes de riesgo. Sólo y en unas fechas especiales volvía a intentar escalar el farallón Norrys, bajo el viejo faro

Cada vez que se abría la puerta el reniego era generalizado hasta que volvía a cerrarse. La disposición del viejo Pub: una barra central, siete mesas de madera con cuatro sillas tapizadas con una tela más vieja que el propio Pub, otras tres con asientos de pared y dos altas con dos taburetes cada una, para las parejitas del pueblo. Y, junto a la esquina norte, una enorme chimenea conformaba la típica distribución del típico Pub del típico pueblo Irlandés.

Todos, después de dejar de renegar del frío que se colaba por la dichosa puerta cada vez que la abrían, saludaron a Howars a excepción de dos chicos alemanes que, lógicamente, estaban de paso. Milo, quien estaba ya contándoles la misma cantinela de siempre a los dos extranjeros, puso una enorme jarra de cerveza delante del recién llegado guiñándole un ojo al acabar y señalándole la mesa del fondo donde tres hombres, con sendas jarras, le aguardaban como cada tarde.

Mientras los dos muchachos parecían pensar en cuál sería el mejor nombre para un lugar como aquel, se acercó hasta la mesa del fondo saludando por el camino al resto del pueblo. En la pared, detrás de la mesa del rincón, un pequeño cartel tallado a mano exhibía el siguiente texto “EL RINCÓN DE LINDA ROY”, delante del cual todos brindaban antes de beber.

Tras quitarse la gabardina que traía totalmente empapada, saludó a Jim a Hop y a Marcus, sus tres mejores amigos de toda la vida. De los tres, Marcus, se consideraba el mejor amigo de Howars. Vehemente adversario en cuestiones políticas, que rumiaba mientras faenaba en el barco de su padre, y que intentaba introducir, entre cerveza y cerveza, cada vez que tenía ocasión. Hop, el campesino, como lo llamaba Marcus cuando hacía alguna referencia al proletariado, décimo hijo del reverendo ocasional John Cassidy se podría decir que la única política fiable era la suya, “trabajar duro para luego beber con los amigos en el Pub”. Y por último, James Roy, al que todos llamaban Jim a secas. Era el más joven del grupo desde hacía dos años en el que su carácter introvertido y escurridizo lo habían convertido en todo lo que no querían sus amigos. También eran los tres mejores amigos de toda la vida de Linda, a la que echaban muchísimo de menos.

Linda, hermanastra de Jim, por parte de padre, era la alegría del pueblo. Emprendedora tozuda, profesional íntegra y, ante todo, viajera incansable, los tenía acostumbrados a desaparecer largas temporadas pero nunca fuera del periodo invernal, cuando a causa de la meteorología se recomendaba parar el servicio comercial aéreo del que vivía desde hacía ya siete años. Y nunca por supuesto dos años sin haber hecho ni una simple llamada.

Sin perder aún la esperanza en que Scotland Yard llamara en cualquier momento con la noticia de que hubiera aparecido, la confianza iba disminuyendo por momentos. Dos años parecía un espacio de tiempo demasiado largo para continuar manteniendo en el mismo nivel cualquier esperanza. El mismo Scotland Yard, en el que Milo tenía un pariente ocupando un cargo medio, cada vez daba menos informes sobre los trabajos de investigación que, de su caso, se había abierto. Sólo sabían que en algún punto del norte de Australia se le había perdido la pista, a ella y a sus otras dos compañeras ocasionales de viaje. Así era, se embarcaba en cualquier excursión con cualquier persona y en cualquier lugar. Su integridad y meticulosidad para el trabajo, las dejaba en Burban cuando se marchaba al hallazgo de…, como ella solía despedirse de todos.

Dimas llevaba al Pub, siempre que la hubiera, la última noticia sobre su paradero, cosa que, gracias al primo de Milo, en los últimos meses parecía que volviera a retomarse con un poco más de intensidad. Aunque fuese para decir que todo seguía igual, es una forma de mantener tranquilos a familiares y amigos de cualquier persona desaparecida. Cuestión poco ejercida por los Servicios de Seguridad de demasiados países, como cuando se mantiene una luz encendida para que los marinos encuentren el camino a casa.

Todos reconocían que seguramente le habría pasado algo malo, coincidiendo que probablemente y de alguna forma que no podían imaginar, habría muerto. Pero también todos esperaban a los viernes para saber si Dimas traía noticias.

Al pasar saludando entre todos los del Pub, y al ver su expresión, sabían que todo continuaba igual.

-Por Linda- Gritó, al levantar su jarra, antes de sentarse definitivamente.

Los dos muchachos de la barra miraron instintivamente hacía el fondo antes de decir, -“El Mirlo Irlandés”. He visto unos cuantos antes de comenzar la tormenta,  muy serio el más alto de los dos señalando con el dedo a Milo.

Todos los presentes estallaron en risas al oírlo ya que pensaban que no quedaba ningún estúpido nombre más con el que rebautizar aquel sitio. Milo, que también reía, dio la vuelta al tablero que colgaba tras él, donde rezaba el menú diario, dejando al descubierto una lista de más de ciento 


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