Capitulo 3: la mano en el frigorífico (parte I)

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Su segundo encuentro con la hija del profesor Buller hizo que observara con mayor detenimiento el aspecto externo de la mujer. Lo primero que llamaba la atención eran unas enormes gafas cuadras de pasta negra que ocupaban la mitad de su cara, que con suaves rasgos enmarcaban unos bonitos ojos verdes. Lastima que casi no se vieran debido a las lentes, fruto de la vista forzada por tanta lectura. El resto podía decirse que no parecía corresponder a una joven de su edad, algo mayor que la de él. Vestía con ropas oscuras de líneas rectas y un abrigo que, hubiera apostado su sueldo, a que era de hombre. Su corte de pelo, a la altura de la nuca, denotaba su preferencia por la comodidad antes que la estética. Era lo que su padre habría denominado como “una mujer de mucho mundo y pocos hogares”. Ahora se preguntaba, ¿de dónde había salido tal espécimen femenino?

–¿Cómo me ha encontrado? –le preguntó con el ceño fruncido– Ah, claro. La tarjeta tenía mi nombre; Habrá preguntado en la oficina de policía y…

– ¿Qué tarjeta?– inquirió Deny. Luego avanzó hacia el interior de la oficina, observando el entorno como un niño en un zoo. El detective era el último que quedaba allí, después de que sus compañeros se hubieran marchado a investigar el caso de la viuda Windsor.

– Sabía que era usted nuevo en el escuadrón de policía, en concreto, como bien me informó esta mañana, del departamento de investigación, detective Wayland. No hace mucho que vino de América ¿me equivoco? Una lástima lo de su equipaje– de nuevo miraba a cualquier parte menos a los ojos del interlocutor. Cogía algunos archivos, los leía por encima y los volvía a cerrar, mostrando alguna que otra mueca al ver fotografías de cadáveres mutilados.

–No puede ver eso–el detective Wayland se acercó a ella quitándole de las manos uno de los informes que tenía en su mesa – y veo que, en efecto, ha leído mi tarjeta.

Deny Buller puso los ojos en blanco.

–¡Como se atreve!– exclamó– Yo jamás miento. Puedo ver la etiqueta del traje nuevo colgando de su manga izquierda. Su sutil bronceado playero junto con la marca blanquecina del pelo recientemente cortado indican que usted no es de aquí, por lo que tiene que venir de alguna costa bastante soleada ¿California? ¿florida? No, su acento se acerca demasiado al británico. Probablemente alguno de sus padres sea del Reino Unido. Por el traje y los zapatos impolutos, a estrenar, he deducido que son, o bien por motivo de un ascenso, lo que dudo viendo donde trabaja, o porque ha perdido toda su ropa. El nombre lo he leído en la placa de su mesa. No es muy difícil adivinarlo. Encantada de conocerle, Jack Wayland.

Jamás, en sus años de experiencia con toda clase de gente había conocido a semejante… personalidad. Su descripción casi exacta basándose en simples datos a la vista de cualquiera pero que pocos se detienen a analizar y sacar conclusiones, le llevo a pensar que alguien de la oficina podía estar gastándole una broma. Pero él había conocido a Deny hacía solo unas horas. No era posible que en tan poco tiempo lo hubieran planificado todo. Le parecía casi imposible.

La mano que le había ofrecido apenas unos instantes antes todavía seguía en el aire. Cuando la estrechó pudo apreciar una fuerza mayor de lo que esperaba.

–¿Ha deducido todo eso con solo verme una vez–preguntó aún algo confundido. Evitó que se le escapara una sonrisa. Debía mostrar una pose de autoridad pero no era especialmente bueno en ello. – Se equivoca en lo del equipaje; mi antiguo traje está en la tintorería y he comprado uno de repuesto.

Deny se encogió de hombros.

–Era una posibilidad. Como es usted nuevo le informaré de que mi padre era especialmente habilidoso a la hora de resolver casos gracias a su ingenio y capacidad de observación. Todo se puede saber, detective Wayland. Solo hay que fijarse un poco.

–Y supongo que usted ha heredado esa habilidad.

–Supone bien. Y ahora vamos a dar solución a ese caso tan extraño que cogía polvo en su mesa. Suena bien eso de la mano en el frigorífico; me muero de ganas por verlo.

Jack paró en seco cuando lo mencionó. Unos blancos dientes se dejaban ver entre los labios de Deny.

–¿Cómo…?–sacudió la cabeza– No importa. Este es un caso oficial del departamento de investigación. No puedes interferir.

De pronto algo en la mirada de la joven centelleó, como el reflejo de la luz en un espejo.

– Deme dos hora. Le aseguro que no se arrepentirá.

De alguna forma que aún no llegaba a comprender, Deny Buller había conseguido convencerle para que aceptara su ayuda en el caso del matrimonio Franklin. En menos de media hora estaban en frente de la casa donde se había producido el suceso. Antes de que pudiera pestañear la joven llamaba al timbre de la casa y con fingida timidez le preguntaba a la señora Franklin por alguna calle para él desconocida, lo que terminó en una invitación a entrar a la casa y el ofrecimiento de una taza de té. Resolviendo misterios no sabía que tal habilidosa pudiera ser Deny, pero desde luego sabía como ganarse a la gente.

Sentados en el sofá del salón comenzaron a hablar sobre direcciones, monumentos cercanos al centro de la ciudad, hospitales, el servicio público y algunos otros temas que derivaron extrañamente en hobbies relacionados con las artes plásticas. A lo largo de la conversación el detective Wayland había permanecido la mayor parte del tiempo callado, relegado a un papel secundario, mientras observaba a la señora Franklin hablar cordialmente con Deny, como si se tratase de un pariente lejano que llevaba mucho tiempo sin ver. Pudo ver que se trataba de una mujer de mediana edad, bastante esbelta y con una piel tersa; apenas se formaban unas cuantas arrugas al sonreír. Sin embargo la expresión de sus ojos denotaba cansancio e incluso tristeza, reflejado en su manera de mirar hacia sus manos entrelazadas cuando terminaba una frase.

Por fin se decidió, tras un largo rato de silencio, a moverse tomando parte de la conversación. No podía olvidar para lo que había venido realmente.

–¿Dónde está el cuarto del baño?– fue lo único que se lo ocurrió en aquel momento. “Muy lúcido, Jack” pensó. La mujer le señaló una puerta a la derecha del fondo del pasillo.

No le quedó mas remedio que ir a investigar por su cuenta. Esperaba no toparse con el señor Franklin por el camino, aunque por otro lado sería lo mejor si quería avanzar en la investigación. Al salir del baño cogió la pastilla de jabón que había junto al lavabo, de un dulce aroma a almendras. Era una pena que él fuera alérgico a los frutos secos. Volvió a la sala con la pastilla en sus manos.

 


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