Esperó hasta que el tímido sol invernal hubo derretido la escarcha de la noche para bajar los viejos escalones que se quejaban bajo su enorme peso.
Odiaba el frío casi tanto como madrugar, aún no había bebido nada y estaba de mal humor.
Al salir del portal el aire frío le golpeó la cara y la mano con que sujetaba un cigarro ya menguado.
Malhumorado salió apresuradamente por tomar un trago lo antes posible, sin ver si alguien pasaba frente a la descolorida puerta de salida, llevándose por medio a un sorprendido transeúnte que a duras penas se incorporó frente a él a la vez que le reprochaba su poco cuidado.
Su cabeza se apartó con un ligero movimiento unos pocos centímetros del señor de pelo canoso que le reprochaba su actitud con discurso paternal, el movimiento, acompañado por un mínimo arqueo de la espalda, hacia parecer que el joven alto, peinado y vestido a la moda, se hirguiese en un acto reflejo, como si se retirase hastiado por el sermón, pero se trataba en realidad de tomar el mínimo impulso necesario para partir la nariz de un certero cabezazo. Un nuevo día empezaba, pero nada nuevo traía.
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