Vicente siempre se tuvo como un tipo con suerte. No se equivocaba.
Durante la guerra una bala fue a impactarle en el lado izquierdo del pecho. Una herida siempre mortal. Unas monjitas recogieron su cuerpo y lo llevaron al hospital de la Caridad donde asistían a heridos y enfermos sin distinción de bando. Tenía perforado un pulmón y estuvo muy grave, pero sobrevivió. Nunca olvidó el gesto desinteresado que evitó su casi irremediable muerte.
Una vez acabada la contienda, Vicente volvió a su profesión de actor. No hacía nada mal su trabajo, pero no le acarreaba demasiados triunfos. Ganaba lo justo para subsistir. En ocasiones tenía dificultades hasta para pagar el salario a los dos actores que suponían su reducido elenco.
Una noche, tras una de sus geniales interpretaciones de «Otelo», una persona le llevó al escenario un cheque a él dirigido con una fuerte cantidad de dinero. Vicente, emocionado, leyó en voz alta diciendo el monto del cheque… exactamente la mitad de lo que en realidad estaba escrito. Añadió que los generosos donantes cedían ese dinero al hospital de las monjas de la Caridad.
Los Marqueses, grandes aficionados al buen teatro, no daban crédito a lo que oían. El actor, no sólo había falseado la cifra del dinero por ellos aportado, sino que también había cambiado al destinatario del mismo. Aquello era intolerable. Mediante una nota le citaron en su finca a las diez del día siguiente.
A las diez menos cinco, se presentó en la hacienda de los marqueses. Les recibió la hija de los nobles, Esperanza, mujer joven, resuelta y atractiva. Hizo pasar al actor y comenzaron a hablar.
El primero en interrogar fue el marqués.
— ¿Por qué dijo usted que habíamos donado la mitad del dinero que realmente se trataba?
—Verá, la mitad es para mantener el espectáculo. El resto, como oyó, para las monjitas que salvaron mi vida.
—Ya veo. Debe sobrarle el dinero a juzgar por cómo se ha presentado. Su vestimenta es impecable.
—No se confunda, señor mío. Para la ocasión, llevo el traje que debo, pero el traje que llevo… lo debo.
Las risas de la joven disiparon todo atisbo de enfado.
A partir de entonces, Vicente y Esperanza se verían de continuo en el teatro. Más adelante fuera de él hasta que esa amistad generó un amor que acabó en boda.
Pasaron muchos años de feliz convivencia hasta que él, ya muy mayor, murió de un infarto.
Habían sido años de vida que unas monjitas habían regalado a un hombre con una herida, para cualquiera mortal, en el lado izquierdo del pecho.
Cuando le hicieron la autopsia, el médico se sorprendió al descubrir que el muerto tenía el corazón situado al lado derecho.
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