EL HOMBRE QUE VIVIÓ MIL AÑOS (parte 2 de 2)

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Encima de mí ya no estaba la señora entrada en años que había conocido; se había convertido en una muchacha de mi edad. Era delgada, con el mismo cuerpo de joven adolescente que tenían mis compañeras de curso. Ambos acabamos al unísono, y yo me desmayé.

Desperté en una cama, y al mirar a mi alrededor supe que estaba en un hospital. Llamé entonces a una enfermera para preguntarle qué había ocurrido.

Me dijo que estuve inconsciente por casi veinticuatro horas, pero que mis signos vitales ya estaban regulados. Continuó explicándome varias cosas, pero yo no pude escuchar nada luego de que ella pronunciara la frase: “Quédese tranquilo, señor; todo va a estar bien”.

Miré la sonda junto a mí y al seguirla con la mirada hasta mi brazo vi que aquel no era mi brazo, sino el de un hombre.

Me paré de repente, arrancando la sonda, sin hacer caso a los gritos de la enfermera que insistía en llamarme “Señor”.

Ya en el baño me paré frente al lavabo, pero al mirarme en el espejo no me vi, vi a un hombre maduro, con arrugas en el rostro y cabello gris. Un hombre con edad suficiente como para ser mi padre o, incluso, un joven abuelo.

 

______________________________

 

Regresé a buscar a quien me había hecho eso, pero ya no estaba allí. El sitio estaba vacío, con un cartel de “Se alquila”, y al preguntar a los vecinos nadie supo darme información sobre lo ocurrido a aquel negocio ni a sus dueños.

Decidí que no sería buena idea regresar a mi casa y que me vieran convertido en un hombre de la noche a la mañana, por lo que abandoné a mi familia, a mis amigos y a mi pueblo.

Desde entonces me he mudado más veces de las que puedo recordar, he atravesado desoladas tierras visitando bibliotecas detenidas por el tiempo, y buscando sitios donde el humo de incienso recorre los estantes repletos de frascos y huesos de animales, llevándose consigo su aroma a antigüedad.

Espero un día poder resolver el misterio de la vida eterna, o quizás cruzarme con aquella mujer, aunque no sé de qué manera reaccionaré al tenerla frente a mí. La sola idea me llena de odio a la vez que me aterra. También es posible que no la reconozca, quizás la vi más de una vez sin saber que era ella, pues no es fácil reconocer a alguien que puede rejuvenecer tantas veces como lo desee; una persona que bien podría tener mil años. Aun así, sigo buscando respuestas desde aquella vez que estuve con ella; desde aquella tarde de abril ocurrida hace poco más de una década.

Te sorprendería si te dijera mi verdadera edad.

 

FIN


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