Vivo en la eterna espera de cosas buenas. Las espero sentadita y así me pasen por un lado, nunca las toco demasiado tiempo y se van. Todo se va y yo no muevo un solo dedo.
Lloro por todo aquello que se fue y por lo que todavía no llega, porque sé que lo arruinaré como siempre. Soy prisionera de una mente acostumbrada a perder más de lo que gana, y difícilmente controlo mi interior.
Dentro de mí, sólo permanece lo malo; aquello que me amarga y que a pasos grandes me arranca las ganas de vivir. Respiro porque no puedo evitarlo y me hundo en mis pensamientos porque puedo evitarlo, pero no lo hago.
Veo en el espejo a un ser cansado y harto, de facciones duras y desgastadas. No conozco a quién refleja, pues nunca he sido amiga mía. Odio lo que hay en mi cabeza, de modo que odio todo de mí.
Repito todo el tiempo que personas como yo no deberíamos existir. Vivimos estancados, estorbamos.
Vivo sin la convicción de tener una misión que no conlleve amargura.
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