Tres vidas (parte 2ª)

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El día antes de la presentación todo estaba listo. Tremendamente cansados y satisfechos contemplaron su obra.

¡Que bonito está! – dice Laura- tal y como la primera vez que nos subimos a él ¿recuerdas?.

Si es cierto- admite David.

La mañana siguiente se presenta fresca aunque con un sol brillante que ilumina la ciudad, engalanándola para la ocasión.

Laura y David caminan por última vez hacia las cocheras, una vez allí, él, tras girar suavemente el contacto pone en marcha al número 10 que responde agradecido al instante como si  hubiese cumplido su cometido aún el día anterior. Los tres se dirigen entonces  a la Plaza Mayor donde ya hay numerosos curiosos, y entre ellos, una joven periodista de un diario local que nada más verles llegar se acerca para entrevistarlos, preguntándoles sobre los detalles de tan original iniciativa.

Hacia mediodía llegan las autoridades y comienza a sonar la banda de música, esa que solo se oye en las grandes ocasiones, como aquella, hace tanto ya, en la que se presentó en aquel mismo lugar al número 10 y a sus nueve hermosos y flamantes compañeros.

Tras los besamanos de rigor, muchos buenos deseos y ánimo para el viaje que se inicia. Laura y David abandonan por fin la pompa y el bullicio del centro y poco a poco dejan la ciudad atrás, no pueden ir por la autovía pues la carga y edad del transporte harían que tuviesen que circular demasiado lento, lo que podría suponer un riesgo para otros usuarios, y además las ruedas del número 10 están más acostumbradas a los trazados sinuosos y escaso asfalto que a las modernas infraestructuras y firmes.

El trayecto no es demasiado largo hasta la zona portuaria, situada apenas a unos 100 Km pero debe hacerse de forma segura y por lo tanto a una velocidad reducida. En la parte delantera Laura y David se sientan cerca, en algunos tramos se toman con cariño uno la mano del otro como han hecho tantas veces, hasta que es preciso cambiar de marcha, algo muy frecuente por los muchos giros y pendientes pronunciadas, y además bastante aparatoso, pues la palanca de cambio es muy larga y a veces se atasca y rasca como queriendo demorarse a la hora de variar el paso.

A media tarde avanzan por la avenida que da acceso al puerto, los conductores con los que se cruzan y los que los superan contemplan asombrados y divertidos el vehículo, sus ocupantes, y como no, lo abultado y extraño de la carga. Los niños en la calle a su vez sonríen al verlos pasar y tironean impacientes del brazo de sus distraídos progenitores para que esos no se pierdan el espectáculo.

Luego de esta extraña procesión acceden al muelle de carga donde un solitario buque les aguarda. Con sumo cuidado colocan al número 10 entre diversos contenedores  y otras mercancías con destino a ultramar al tiempo que el escaso pasaje civil sube a bordo.

Los días en el mar son tranquilos, Laura y David pasean a menudo por cubierta cuando el mar está tranquilo, lo cual sorprendentemente ocurre con frecuencia. Juntos comentan recurrentes sueños comunes y deseos de haber vivido en una isla siendo los fareros, donde entre horas, ella cultivaría la huerta y las flores y el se ocuparía de un pequeño rebaño de ganado. Aunque eso no se ha cumplido, sin embargo, aquí están navegando juntos después de tantos años de confianza, cariño y compañerismo. Sus hijos les despidieron el día de su partida, aquel que también era el del  aniversario en que se habían conocido por primera vez. Entre los regalos recibidos, una foto antigua de ellos dos junto al número 10, en una de aquellas tardes de juventud en que Laura acompañaba a David y, mientras al final del trayecto aguardaban para iniciar el siguiente viaje, aprovechaban también para sentarse y descansar a la sombra de los árboles que había cerca de la carretera.

Así pues días felices de navegación que terminan en el inmenso y abarrotado puerto de país lejano una mañana de domingo. Al pié de la pasarela, al desembarcar, Laura y David saludan al coordinador de la ONG que trabaja sobre el terreno y a quien va destinada la ayuda humanitaria. El será su guía hasta el poblado donde se encuentra el almacén de distribución. Mientras la grúa hace gravitar al número 10 con la precisión de un pianista hasta depositarlo con cuidado en el suelo pocas personas parecen reparar en él, la mayoría ni se percata de su presencia, en un lugar donde lo curioso y lo exótico tienen rango de normalidad.

Al mediodía prosiguen su camino, atravesando inmensas avenidas de traza colonial flanqueadas por suntuosos y recargados edificios administrativos y residenciales, mientras que bien poco más adelante las sobredimensionadas vías parecen desdibujarse convirtiéndose en estrechas carreteras sin señalización que avanzan hacia un horizonte que parece increíblemente lejano e inalcanzable. En ciertos momentos al pie de las mismas surgen pequeños grupos de chozas de base circular y cubierta de materiales vegetales, buena parte de la población local los saluda con una sonrisa, mientras, los más pequeños y entusiastas corren unos cientos de metros a la par del autobús tocando su costado como para animarle.

En eses momentos el motor parece encontrar renovadas fuerzas e impulso y da lo mejor de sí. Recuerda el tacto de los caminos terrosos de antaño, los siempre impertinentes baches, las inoportunas y repentinas curvas…, ha tenido la oportunidad de vivir de nuevo, de volver a rodar, de ser útil y por lo tanto es feliz.

El final del trayecto es un pequeño espacio libre rodeado de modestas casas, el vehículo se detiene y sus ocupantes descienden de él. La gente del lugar, prevenida de su llegada, se acerca y les saluda efusiva y calurosamente al tiempo que ayudan en las labores de descarga.

Tras la cena, en esa misma plaza y contemplando el inmenso y hermoso cielo pleno de brillantes estrellas, los dos compañeros de tantas fatigas se encuentran nuevamente junto al venerable vehículo en el que casi han atravesado medio mundo por una buena causa.

Mientras disfrutan del silencio y de la magia del lugar, en un momento irrepetible sus miradas como tantas veces se encuentran apenas a un palmo de distancia y se escucha apenas en un susurro.

Ahora que estamos aquí los tres, ¿que tal si nos quedamos a ayudar en lo que podamos?.

Me parece bien.


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