Estaba sentada esperando el autobús. A mi lado, un joven miraba unas fotos que iba sacando de un sobre. El 35 llegó y el chico salió disparado hacia él sin percatarse de que una de las fotos caía al suelo. Le llamé, pero ya era tarde, desapareció con el autobús. La recogí. Era en blanco y negro: Tres mujeres delante de parte un edificio que no me resultaba extraño. En la parte posterior, una fecha: 11-Diciembre-1956.
Soy la esposa de un comisario de policía y ahora tenía la oportunidad de emular su trabajo.
Visité varias edificaciones hasta que la localicé: el hospital de Santa Ana. En él coincidí con una antigua compañera de colegio que trabajaba en los archivos a quien mostré la fotografía. Movida también por la curiosidad, mi amiga buscó en antiguos documentos. Pareció muy extrañada al descubrir unas notables irregularidades en ciertos papeles de la fecha: el nombre de una mujer cuyo bebé, una niña, había muerto al poco de nacer. Al margen de uno de los mismos, dos nombres más y una cantidad de dinero.
Indagué la dirección de la mujer. Vivía en pésimas condiciones. Sentí lástima y empecé a hacerle donaciones por mediación de la parroquia sin saberlo ella.
Los dos nombres escritos al margen eran los de mis padres que ya habían fallecido. No podía consentir que mi madre biológica estuviera en la miseria. Jamás crucé una palabra con ella, pero le ayudé durante años. Cuando murió, en la misa funeral, el joven que conocí esperando el autobús, me sonrió desde el último banco.
Nunca lo he vuelto a ver desde entonces.
Comentarios
COMENTAR
¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales