Con la bragas en la mano

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Este fue el año en el que la mayoría de mi círculo más cercano cumplimos 50 años, y las cifras redondas siempre son motivo para celebraciones especiales. Las tres primeras fueron divertidas, conseguir reunir a amigos del cumpleañero de todas sus etapas de su vida daba lugar a reencuentros emotivos, noches de historias y recuerdos de otras épocas. A partir de la cuarta, la cosa ya empezó a decaer, se convirtieron más en un compromiso social que en una fiesta de viejos amigos. Fue en el mes de julio, cuando me llamo la mujer de Pedro para invitarme a la fiesta de su marido. Areceli, la mujer de mi amigo, había decidido preparar ella misma el cumpleaños sorpresa de su marido, además, a diferencia de los otros en los que estuvimos sus amigos de toda la vida, ella invitaría también a sus respectivas parejas. Como no podía ser de otra manera, le agradecí la invitación y confirme mi asistencia, aunque el plan no me emocionaba nada, si los cumpleaños ya me estaban aburriendo, este rodeado de matrimonios, se me antojaba que sería un tostón. Más parecido a unas bodas de plata que a una fiesta de cumpleaños.

La noche del cumpleaños, llegamos los 3 solteros del grupo; nada más entrar vimos que éramos los que desentonaban en aquella fiesta. Como pudimos, empezamos a integrarnos en aquel ambiente compuesto principalmente por amigos de pachangas, padres y madres de compañeros de colegio de sus hijos, trabajo y urbanización. Pedro y Araceli llevaban más de 20 años a casados, un adosado, un crossover de gama alta y un Mini completaban el kit de la típica familia acomodada de clase media alta.

Muchas de las caras me resultaban familiares, aunque con veinte años más, algunos los recordaba de la adolescencia y otros la época universitaria, el tiempo pasaba para todos menos para mí en aquella fiesta.

Areceli, en su papel de anfitriona, nos iba presentando como los amigos solteros de Pedro, todo un clásico cuando nos presentaban, y que provocaba los consabidos comentarios sobre nuestra afortunada situación por parte de la mayoría de los maridos. Al quinto “Vosotros sí que sabéis”, decidí salir a fumar un cigarro y tomar un poco el aire, aburrido de la música de los 80 y de cincuentones emocionados con ella.

En la terraza me encontré a Pedro, el homenajeado, me acerqué para felicitarle personalmente. Después de las manidas frases de felicitación, me presento a la pareja con la que estaba hablando, al parecer, sus hijos habían estudiado en el mismo centro escolar, y de aquellos días de esperas en la puerta del colegio, surgió una profunda amistad que les llevo a comprar un adosado en la misma urbanización. Gustavo y Alba, que así se llamaban, encajaban perfectamente en aquel grupo. Él era el gerente de una empresa local y ella abogada con su propio despacho, pequeño, pero al que no le faltaba trabajo.

No pasó mucho tiempo, para que reclamasen la presencia de Pedro para la típica foto con uno de los grupos de la fiesta. Como la conversación era agradable, me quede hablando con Gustavo y Alba sobre trabajo y alguna aventura juvenil con Pedro. Además, Gustavo me contó que buscaba una empresa de servicios como la mía, lo cual fue un incentivo más para alargar aquella conversación, visto que sería imposible conocer a alguna mujer, conseguir un nuevo cliente haría que aquella noche no pasara al baúl de las noches para olvidar.

Otra copa animó la conversación, y por primera vez me fije en Alba, morena de unos 45 años muy guapa, vestía blusa de botones rosada junto con unos vaqueros pitillo blancos y zapatos de tacón que resaltaban aún más su culo. Los culos en pantalones blancos siempre fueron un imán para mis ojos, tuve que hacer verdaderos esfuerzos para que mi mirada no se desviase más allá de su nariz. Además, tenía un gesto que me ponía a cien, de vez en cuando, instintivamente por el fresco de la noche, con las manos en los bolsillos tensaba sus hombros y piernas, haciendo que sus muslos se rozasen para entrar en calor. Así entre copas y anécdotas, quede con Gustavo en llamarlo la semana siguiente y ver si podíamos cubrir sus necesidades.

Tres semanas después, el contrato ya estaba en marcha, y el trabajo rodaba bien. Me reuní varias veces con Gustavo, que a pesar de ser bastante pijo, era un tipo con el que se trabajaba bien, así que todo iba perfectamente. Pero aquella mañana a finales de mes, fui a hacer unas compras en unos grandes almacenes. Aparqué en el parking de los grandes almacenes, y al entrar vi que el nivel coincidía con la planta de mujer así que tendría que subir dos plantas más. Caminé hacia las escaleras mecánicas con la mente absorta en temas trabajo, aunque de vez en cuando me fijaba en alguna clienta o dependienta que llamaba mi atención. Vi las escaleras al fondo, cerca de la sección de lencería, así que apure el paso, al ir acercándome observe a una mujer con un conjunto de lencería en la mano que parecía buscar una dependienta, como no encontraba a ninguna empezó a caminar. Mi vista ya no es lo que era, pero intuía que era una belleza, y nuestros caminos se iban a cruzar, verla caminar con aquel conjunto de lencería en la mano hizo que me olvidase por unos momentos de los problemas laborales del día a día, lo reconozco siempre he sido un puto fetichista.

Cuando que me iba acercando, nuestras miradas se cruzaron. Ella se quedó petrificada mirándome, al principio no le di mayor importancia hasta que llegué a su altura, y vi que era Alba, la mujer de Gustavo que había conocido en la fiesta de Pedro, la mujer de uno de mis clientes. Allí estaba ella, de pie, mirándome con unas braguitas negras con coqueto lazo de satén azul en la mano. Cuando me percaté que era ella, el que se quedó petrificado fui yo, y mis ojos irremediablemente se clavaron en aquel sensual conjunto de lencería que Alba sostenía en su mano derecha.

– Hola Alba, me alegro de verte. Entre a comprar unas cosas para el ordenador.

Dije de forma atropellada.

– Bueno, sí, yo también pasaba por aquí, y entre a comprar unas cosas.

 

  

Continuará…


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