Desde el sur, el cielo se veía el gris de nubes espesas y oscuras. Otra tormenta de verano, pensé. Estas que nos llenan de agua en dos horas, quizás menos. Después se van, pasan como si nada y siguen su camino hasta vaya saber donde.
Pero esta tría otras intenciones, y además de dejarnos con el agua hasta las rodillas, se despidió atacando con artillería pesada. Sus piedras blancas de hielo macizo eran de un tamaño poco común. Al menos yo nunca había visto algo semejante. Inmediatamente pensé en esos huracanes que tantos destrozos hacen y según dicen causan pérdidas por miles de millones de dólares. Pero yo que se de eso, si ni siquiera se de que color son esos billetes tan nombrados.
Lo único que se es que ya no tengo techo. Las chapas quedaron como colador. Y bueno, habrá que empezar de nuevo, como tantas veces, como toda la vida.
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