Voluptatem.

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Baje la persiana hasta el tope, la poca luz que se filtraba en la habitación marcaba lunares amarillentos, una luz tenue que nos brindaba el sol del atardecer. Ella estaba apoyada en la pared, con las pequeñas marcas de luz recorriendo su cuerpo, puntitos como luciérnagas congeladas en su piel.

Sonreía ampliamente enseñando sus dientes blancos, y tras la envoltura de las sombras que la envolvían alcanzaba a ver sus ojos llameantes, picaros y divertidos. La vi acercarse mientras soltaba las tiras de su vestido, luego el cinturón, el sujetador, el tanga y por último, soltó la cinta que sostenía su pelo liso y oscuro que cayó salvaje sobre sus hombros. Sentí el calor de su cuerpo a medida que las distancias se estrechaban, su aliento me susurró al oído secretos que solo el corazón desea en ese momento, rápido y agitado, a la vez que sus manos rodeaban mi cuello y me atraía hacia ella.

Nuestros labios se encontraron, nos besamos con suavidad, de una manera pausada, pero la agitación iba aumentando. Cada vez más intenso, nuestras bocas pelearon por dominar, nos mordimos y dejamos que nuestras lenguas lucharan.

Apreté su cuerpo contra el mío y sentí su palpito acelerado, oí sus gemidos de pasión que apenas eran un sonido perceptible y note su bello erizarse cuando viajé por su cuello. Mis manos se deslizaron por su cintura, apenas un rocé de mis dedos entre sus curvas de mujer para pararse en sus pechos, pequeños pero firmes, y jugué con ellos. Su aliento en mi cuello, sus bocados en mi oreja me decían que estaba lista.

Bajé mi derecha recorriendo el camino de nuevo hasta su cintura, bajé por la suave piel de sus muslos y me entretuve un rato, haciéndola esperar, desear. Poco a poco fui acercándome hacia su ingle y descubrí la piel irritada, señales de que se depiló para la ocasión, algo que ambos esperábamos con locura.

Cuando palpe su sexo, le temblaron las piernas. Estaba húmedo y cálido. Ella por su parte con un movimiento fugaz cogió mi polla para apretarla mientras me miraba pidiéndome a gritos que terminara con la ceremonia, y le hiciera el amor. Pero se mordía el labio y sus ojos me miraban como si estuviera enfadada. Quería algo más que hacer el amor, quería algo salvaje y me lo dejó claro cuando me empujó contra la pared, para luego bajar y buscar con su boca lo que ella deseaba tener en ese momento dentro de ella.

Desde arriba la miraba. Desde abajo me miraba.

Su lengua y sus labios hicieron que ardiera como una cerilla en apenas unos minutos, y sin poder contenerme más la levante y la llevé hacia la cama. Su magia hizo que notara las pulsaciones hinchándome cada vena de mi miembro y sabia como aplacar esa sensación.

Hice mi trabajo con ella. Exploré sus piernas, su ingle y su coño entre gemidos de aprobación y satisfacción. Cuando ambos encontramos nuestras miradas, comprendimos que había llegado el momento de follar, olvidar los tabúes, ser sucios y salvajes hasta que expulsáramos nuestros demonios y el cansancio nos dejara exhaustos.

La penetré poco a poco, ayudado por los fluidos. Luego reculé hacia atrás de la misma manera, mientras las manos de ella marcaban el ritmo agarradas a mi cintura.

A medida que nos agitábamos mas y mas, nos fundimos en uno. Los gritos de placer, los golpes de su cuerpo contra el mío, las palabras obscenas y la brutal respiración se convirtió en una sinfonía compuesta por dos músicos.

Cambiamos nuestras posiciones cada cierto tiempo, unas veces dominaba ella, otras yo, otras éramos iguales.

Así paso el tiempo, en un juego entre sabanas, carne y sudor, hasta que juntos logramos escapar durante un rato de nuestros cuerpos y encontrarnos el uno con el otro mas allá de lo físico y lo espiritual, mas allá de lo material y tangible, lejos de las ideas y los sueños.

Abrazados compartimos el inmenso abismo en blanco del placer.


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