Primeras veces

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Nos encontramos en un sitio poco usual, lleno de pinturas de fantasía y libros extraños y nombres curiosos en el menú. Bebimos vino dulce en altas copas de bronce y al salir teníamos la risa en los labios y el deseo en la entrepierna y caminamos en la noche, ya solitaria, perturbando el silencio con charla y nuestra risa.

Ya en el apartamento, encendí el televisor para disimular los nervios y lo invité a recostarse junto a mí en la cabecera de la cama. Con alguna película insulsa de fondo charlamos de cosas irrelevantes y nos reímos. Recordé que tenía cerveza en la nevera y traje dos latas y brindamos. Como quien no quiere la cosa puse mi mano en la suya y empecé a acariciarla con suavidad, hasta cuando vencí la timidez, tomé su mano y me la llevé a los labios. Tiene manos grandes y fuertes y ásperas al tacto, y cálidas. Besé con pasión la palma de esa mano y me chupé uno por uno esos dedos largos y poderosos, y luego lo besé a él. Degusté sus labios grandes y me excitó el roce de la barba incipiente, rasposa, en mi rostro afeitado. Descendí hasta su cuello y lo saboreé mientras acariciaba bajo la camiseta su pecho musculoso con pezones que se endurecieron al contacto de mis dedos. Tenía el vientre plano y marcado y recorrí el contorno de cada costilla y cada músculo con las yemas hasta pasar por el ombligo y adentrarme entre el rizado vello de su bajo vientre, explorando bajo el pantalón para alcanzar su pene cálido y palpitante, ¡y enorme!

Nos quitamos mutuamente la camisa y disfruté el contraste entre su piel morena casi lampiña y mi blancura hirsuta. Él estaba disfrutando también acariciarme la espalda y el pecho y dejé que me besara el cuello raspándome un poco con esa barba deliciosa. Me abrió la bragueta y luchó un momento para sacar mi pene rígido de la tanga de spandex negro y lo acarició mirándolo como si fuera un juguete nuevo. Manteniéndolo siempre en su mano caliente me siguió besando con pasión violenta, desatando en mis labios todo el deseo reprimido desde siempre y gozando cada instante de descubrirse tan hombre y tan sensual.

Intrigado por el tamaño de su erección sentí unas ganas irresistibles de probarla. Me agaché, le abrí el pantalón y lamí el glande húmedo y delicioso. Gimió. Quise ensayar hasta dónde me podía tragar esa verga larga y gruesa y por poco me ahogo, y no alcancé a abarcar ni la mitad. Le dí algunas lamidas exploratorias escuchando sus gemidos y me incorporé, me bajé de la cama y lo empujé para que se quedara acostado. Le quité de un tirón zapatos y calcetines y luego el pantalón de tejido blanco que contrastaba de manera exquisita con la piel morena. Disfruté mirando su cuerpo sensual mientras me desnudaba y luego me tendí sobre él, sintiendo cada centímetro de piel caliente, moviendo mi pene sobre el suyo y volviendo a besar sus labios, su cuello, su pecho, deteniéndome en sus pezones casi negros, que mordí. Me encantaron sus gemidos masculinos. Seguí descendiendo por el camino trazado por unos cuantos vellos oscuros, le besé el ombligo, recorrí todo su vientre con la punta mi lengua y me dediqué a besar y mordisquear la cara interna de sus muslos, ascendiendo lentamente hacia la entrepierna.

Volví a saborear su enorme y dura virilidad besándola de abajo arriba, sujetándola con una mano y acariciando los testículos, también grandes y pesados, con la otra. También los besé y los lamí y los puse en mi boca, saboreándolos con cuidado para no lastimarlo. Lo miré y me enamoré del gesto en sus ojos maravillosos, negros, grandes y brillantes, soñadores y risueños, y ahora vidriosos de placer y en la boca que intentó sonreírme mientras se entreabría en temblores extáticos.

Cuando sentí que se empezaba a tensionar y me dijo que estaba a punto de explotar me incorporé y dejé de acariciarlo. Me recosté a su lado apoyando mi mano sobre su pecho y entre besos le dije que esperáramos. Él respiró hondo y charlamos sobre la experiencia. Era su primera vez con un hombre y era la primera vez que me permitía tener un amante masculino en mi propia cama. Hablamos sobre las diferencias entre amar un hombre y amar una mujer, entre la fuerza y la delicadeza, y la diferencia, muy notoria, de temperaturas; acariciar su piel era pasar la mano sobre seda cubriendo un horno. Charlamos, entre beso y beso, sobre las diferentes maneras de disfrutar los besos. Incluso intenté besarlo sintiéndome femenino, dejando que fueran sus labios y su lengua los que dictaran el ritmo de la pasión. Él se apersonó del rol y pronto lo tuve encima, sujetándome los brazos contra la cama, besándome con furia el cuello y el pecho y en efecto me sentí muy femenino, con ese macho moreno y musculoso y apuesto y desnudo y bellísimo encima de mi cuerpo, haciéndome cosas que sólo un hombre es capaz de hacer. Incluso cuando me chupó la verga lo hizo de tal manera que no fue difícil imaginar esa lengua rápida y caliente dentro de mí. El sólo pensamiento, la sensación completa, el abandono voluntario de mi habitual virilidad, me excitaron como nunca y estuve a punto del éxtasis mucho antes de lo que deseaba, así que lo hice parar, convencido de que alguna vez debía dejarme llevar por completo. Pero no esa noche. Era un momento de primeras veces, un momento para el recuerdo, pero un momento para dos hombres adultos, no adolescentes explorando sus sentires.

Así que respiramos, reímos, bebimos cerveza, nos besamos. Exploramos caricias nuevas y experimentamos sensaciones y maneras de tocarnos y de desearnos. Le hice felación con la boca fría por el hielo y él dedicó un largo rato a acariciarme, besarme, mordisquearme y saborearme las nalgas, que siempre han sido muy sensibles. Dibujé con la punta de mis dedos el contorno de cada uno de sus músculos perfectos y hasta lo fotografié tendido en mi cama, mirándome como a un filete, con el sexo enorme erguido, hermoso, húmedo y oscuro.

Ya se acercaba el amanecer cuando acordamos sin palabras no contenernos más y recibí en la boca toda la descarga de su elíxir, con tanta fuerza que me ocasionó náuseas, pero pude sobreponerme para degustar todo ese cálido sabor a hombre. Yo terminé en su pecho, mientras cabalgaba sus caderas sintiendo su pene entre mis nalgas, ya exhausto pero no fláccido, mientras me masturbaba con una mano y me agarraba con fuerza las posaderas con la otra. Ambos quedamos llenos de verdugones y arañazos y marcas de amor.

Las vueltas de la vida se lo llevaron lejos y no volvimos a compartir el lecho. Fue el tercer hombre al que vencí mi pasión pero fue mi primer amante masculino como adulto, y aún tengo que encontrar uno que me haga sentir más.

Y en cierto modo, lo sigo amando como lo amé esa noche ya lejana de primeras veces, que también fue de últimas.


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