Mario y Luisa encontraron en una calle céntrica de la ciudad. Él intentó no pararse, pero ella lo retuvo agarrándole de un brazo. "Tomemos un caféahí", le dijo ella señalándole la terraza de un bar. "Tengo prisa", dijo él. "Será poco tiempo, tengo algo que decirte y nunca hablamos", insistió ella.
Accedió él y se sentaron junto a una de las mesas vacías. "Sólo nos vemos una vez al año, en la comida familiar de Navidad, y no nos dirigimos la palabra. Es una pena", dijo ella.
Él se encogió de hombros dando a entender que no le importaba. "Eres tú la que rompiste la relación con tu hermana hace ya unos cuantos años", le acusó él. "Mi hermana, tu mujercita, es una borde", replicó ella. Mario hizo ademásn de levantarse pero ella le volvió a agarrar del brazo. "Perdona, siéntate". Se acercó una camarera, le pidieron los dos cafés y permanecieron en silencio, incómodos, hasta que les trajo la comanda.
"¿De qué querías hablar?", le preguntó Mario tras tomarse un trago de café.
"De vez en cuando voy al psicólogo, los conflictos que tuve con mi hermana me provocaron unos trastornos de cuidado. El otro día me hipnotizó para sacarme cosas que escondo en mi mente y que se resisten a salir"·, le anunció.
"¿Y qué?", preguntó él. "Salió de lo más profundo de mi mente un episodio en el que tú estás involucrado, de hace unos 25 años, cuando yo tenía 16 años y tú 30, recién casados tú y mi hermana", le dijo. Mario la miró muy serio, no le gustaba lo que temía que podía contarle.
"No te preocupes, no se trata de un trauma, es algo que había olvidado por completo porque en su momento no le di importancia alguna, pero quiero que sepas que sucedió".
"No quiero escucharte. Si no hay problema, ¿por qué rebuscar en el pasado? Porque yo tampoco recuerdo nada especial respecto a nosotros".
"Sucedió durante unos días que pasé en vuestra casa. Mi hermana enfermó, no podía levantarse de la cama porque había adquirido las fiebres malta, o algo así. Nuestra madre me mandó a vuestra casa para que hiciera las labores que tu mujer no podía hacer", le recordó.
Mario se revolvió en la silla, incómodo. Apuró la taza de café.
"Intentaste seducirme, acostarte conmigo, ¿recuerdas? Me acariciabas las piernas con tus pies por debajo de la mesa mientras comíamos con mi hermana, olías a escondidas mis bragas en el cubo de la ropa sucia, me mirabas mientras dormía, casi desnuda porque era verano".
"No recuerdo nada de eso. Te lo has inventado o lo has soñado y creído que fue realidad".
"No seas cínico, sabes que sucedió, pero me dio igual, incluso me diste pena. Es más, desde entonces me das pena y no sabía el por qué. Ahora ya lo sé. A nadie se lo he contado y nunca se lo contaré, no temas".
Mario se levantó. "Pago yo el café en el mostrador y me voy", le dijo, y se marchó al interior de la cafetería. Luisa se levantó y se fue.
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