Némesis

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Enviado el , clasificado en Drama
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Coincidimos en cazando en el bosque. Era un tipo alto, de tez oscura y con una mirada inquietante motivada por la inmovilidad de uno de sus ojos que debía ser de cristal. Mostraba ademanes bruscos y le encantaba gastar bromas, a cual más pesada, a los demás.

Una tarde de batida de patos, le ofrecí venir a mi casa y degustar una pieza de jamón acompañado de vino tinto. No lo dudó, me acompañó gustoso.

En casa, se unió mi esposa a la merienda. Apuramos nuestros vasos mientras dábamos cuenta del jamón que habían traído a la carnicería de la  que soy dueño. Tardó un tiempo en hacerle efecto el somnífero añadido en su vino, pero al final, se desplomó.

Pasaron unas horas y Aristide se despertó sobre una plancha de mármol y atado de pies y manos. Sólo pudo expresar su asombro abriendo exageradamente los ojos ya que en la boca tenía una ancha tira de adhesivo. Entonces, comencé a hablarle.

—Voy a contarte una historia que tuvo lugar hace más de dos décadas. Una mujer española y su hijo de nueve años huían de los horrores de la guerra civil que se cernía sobre su país. Intentaban pasar a Francia. Desorientados, buscaron ayuda. Coincidieron con un hombre que se ofreció a llevarlos al poblado más próximo de la vertiente francesa de los Pirineos.

A penas llevaban una hora de marcha cuando el hombre propinó un fuerte golpe a la mujer que cayó al suelo sin sentido. El chaval, sintiéndose en peligro, corrió hacia el bosque en donde se escondió. Encaramado a un árbol vio como el desconocido violaba a su madre. A continuación, tomo una enorme piedra con la que acabó con la vida de la mujer y se llevó todo lo que encontró de valor de la pobre desdichada. Volvió su cabeza en dirección del bosque y gritó:

« ¡No te voy a buscar! ¡Que las fieras acaben contigo!»

El hombre dejó la escena de su fechoría. El chico lloró durante horas subido a la rama. Cuando se sintió a salvo, bajó y con ayuda de unas ramas cavó un agujero en donde depositó el cadáver.

Durante dos días, vagó por el monte alimentándose de bayas. Se escondió frente al primer pueblo al que llegó. Temía encontrarse con el asesino de su madre. Por fin, se acercó a una pequeña aldea donde una pareja de ancianos le acogieron conmovidos por el estado en el que se encontraba. Le dieron sustento, su apellido y le enseñaron su lengua. Con el tiempo, el chico aprendió el oficio de su nuevo padre y se hizo un hábil carnicero.

Deberías haber buscado al chico ese día, Aristide. Desde el primer momento en que te vi, reconocí tu mirada. Ese ojo inmóvil. Ahora descubro en tu pecho el escapulario de oro que llevaba mi madre.

 

Dicho esto, dio dos expertos cortes en el cuello del hombre, la mesa basculó y el hombre quedó colgado de los pies mientras se desangraba.

El matrimonio pasó todo el fin de semana cortando y deshuesando. Los perros se llevaron el primer bocado, los atributos masculinos.

Confeccionaron embutidos de todo tipo y lo que no pudieron aprovechar lo enterraron en el monte.

Todo el pueblo la probó. Todavía le siguen pidiendo al carnicero que vuelva a traer de esa carne con la que hizo tan sabrosos embutidos.   


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