Esa desnudez de los cuerpos
conociéndose atributos y defectos,
sin inseguridades.
Los rituales de la cotidianidad
concediéndole sentido a la convivencia
en una magia casi imperceptible.
La sintonía necesaria
en la complicidad del contacto visual
con esplendor confeso de las almas.
El refugio de la caricia habitual
sintiendo el resguardo de los afectos
y abrigando las vulnerabilidades.
El cálido abrazo por la espalda
como protección y entrega.
El inhalarse y exhalarse
recíprocamente los alientos y los secretos,
compartiendo alegrías y penas.
La familiar comprensión de los silencios,
sin temor a los juicios ni a las rarezas.
Las palabras de la confianza
nutridas por la profunda conexión
del tejido relacional.
Los pasos de los compromisos asumidos
donde dos se hacen uno
en el sentido de pertenencia
que florece con el amor.
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