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Estás tumbada, perdida la soñadora mirada en un cielo vacío de nubes, tu cabeza descansa sobre mis muslos y tus piernas forman un puente sobre la hierba. Yo acaricio las áureas hebras que componen tu cabello, hilos de seda entre los que mis dedos se deslizan sinuosos, y, aunque los tienes entornados, sigo hipnotizado por el brillo de esos ojos tuyos, azul y verdes como el Danubio. Tus labios se entreabren para decir algo; dicen algo, sí, aunque no capto qué, todo mi interés está centrado en volver a besarlos.
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