Tres entradas

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Me gusta el cine, y a veces, el eterno adolescente dentro de mí quiere recordar esas primeras experiencias deliciosas en la penumbra; besos furtivos y caricias nerviosas tan excitantes en la juventud. La ventaja de la experiencia radica en la inventiva para convertir esa nostalgia en situaciones nuevas mucho más calientes.

Con ella habíamos sido amantes ocasionales por varios años; tiene cuerpo y rostro de adolescente a pesar de estar acercándose a los 30; piel bronceada de nacimiento, cabello negro azabache que s cae en ondas sutiles por la espalda; ojos negros, enormes y expresivos, llenos de fuego y picardía y labios muy sensuales, dulces como la miel y ardientes como el vodka; senos pequeños pero definidos, tamaño boca. Una tentación ambulante que sabe lo que me gusta.

A él me lo había comido un par de veces en su apartamento; tiene 24, ss alto y delgado con músculos firmes. También de piel morena, ojos marrones, casi dorados bajo la luz directa, y rasgos perfectos, con una leve cicatriz en su mejilla derecha que termina casi en la comisura del labio. Me gustaba deslizar la lengua por ese sutil relieve que da virilidad a su rostro angelical.

Los llamé el viernes en la noche para invitarlos a cine, insinuando algún jueguito inapropiado durante la función. Nos encontramos a la entrada del centro comercial y se mostraron sorprendidos y algo cohibidos pero, ya entrados en gastos, se encogieron de hombros -ella con más facilidad, viendo cómo el pantalón khakhi marcaba las nalgas firmes y redondas- y aceptaron la aventura. Ella iba con minifalda índigo de borde desmechado y blusa negra de tiritas bastante escotada; en la fila comentó, mirándome fijamente, que tenía algo de frío y sentía los pezones erectos. En efecto, se marcaban claramente bajo la tela. A él lo sorprendí mirando de reojo y sonreí al notar que también tenía algo erecto.

Compré las entradas para la última fila; era tarde ya y había poca concurrencia pese a tratarse de una película taquillera. Ella quiso sentarse en medio de los dos pero, tratándose de mi idea, exigí quedarme en el centro.

Se apagaron las luces y sentí la manita femenina apoyarse en mi muslo, acariciándolo con suavidad de arriba abajo, acercándose mucho a la ingle. Yo hice lo mismo con mi mano izquierda y noté que él movió las piernas para abrirlas, así que no tardé en ponerle la mano sobre el paquete para acariciarlo lentamente.

Ella levantó el apoyabrazos y me hizo abrazarla, y gimió mirándome para que la besara. Su boca cálida sabía a alcohol y dulces. En medio del beso puse mi mano en su hombro desnudo y la deslicé bajo la tirita de la blusa. Acaricié su espalda y ella se estremeció y me acarició el pene duro aprisionado bajo el jean. No tardé en encontrar el camino hasta su seno que apreté con fuerza, sintiendo el pezón duro en la palma de mi mano.

Él me apartó la mano y alcancé a pensar que estaba molesto, pero entonces la tomó de nuevo y la guió para que la pusiera entre la bragueta que se había abierto. Él puso su mano también en mi entrepierna. Lo miré. Ví en sus hermosos ojos un destello de libidinosidad y excitación.

Las manos de los dos se encontraron sobre mi pene y se acariciaron; ver lo que estaban haciendo me aceleró.

La volví a besar y luego a él para comparar los besos. Estaba demasiado excitado para análisis, así que declaré empate mientras exploraba la totalidad de la boca con la lengua y la extensión del pene con la mano, parando en la cara interna del glande rezumante.

Ella bajó mi cremallera y expuso mi pene erecto y húmedo, empezando a chuparlo; se lo metía casi entero en la boquita y lo acariciaba con la lengua. Luego me miraba y nos besábamos, y sentía mi propio sabor en sus labios. Saqué la mano del pantalón del chico y se la dí a probar a ella; me lamió cada dedo saboreándolo.

Viendo que mi miembro estaba al descubierto, él alargó la mano y empezó a acariciarlo, dejando deslizar uno que otro toque en el rostro de ella, que de pronto tomó su mano y se la chupó también con sensualidad. Muy excitado, él también levantó el apoyabrazos y se inclinó sobre mi regazo. Se besaron con mi pene en medio y fui muy feliz.

No quería llegar aún al éxtasis así que los hice incorporar, los besé y dediqué cada mano a sus entrepiernas. Ella saltaba electrizada cada vez que rozaba su clítoris. Él tenía la respiración agitada y su piel se sentía caliente.

De pronto la chica se incorporó y se quitó la tanga, poniéndomela en el rostro al sentarse. Estaba húmeda y sabía a mujer y a sexo y olía a orgasmo. Me guardé la prenda en el bolsillo de la chaqueta y puse mi mano bajo su minifalda. Acaricié los labios empapados y el clítoris erecto y metí dos dedos en su abertura hambrienta y busqué su punto G. Me apretó la mano contra su sexo abriendo las piernas y apoyó un pie en el espaldar de la siguiente fila para estar más cómoda; y no pudo evitar algunos gemidos quedos pero audibles y tuvo su primer orgasmo cerrando los ojos y apretándome la mano. Sin apartarla, cerró las piernas y se acurrucó contra mí. Él y yo nos masturbábamos mutuamente, despacio, con mucha ternura.

Así, entre besos y ligeras mamadas y muchas caricias pasamos la película llena de gritos y efectos de luces que no nos importaron. Los tres estábamos excitados y, cuando la película se acercó a su final, nos preparamos para salir.

Una cosa sobre dos penes contentos: son difíciles de guardar cuando están bien contentos.

Se encendieron las luces y los tres salimos con carita angelical. Era medianoche; tomamos un taxi hasta mi apartamento. Quedamos muy apretados los tres en el asiento de atrás pero ninguno se quejó y todos nos aprovechamos de la falta de espacio.

Ya en el apartamento, abrí una botella de vino y serví tres copas; las puse sobre la mesita de centro y sin más me arrojé sobre él; lo asalté, le quité la ropa y empecé a besarlo y lamerlo por todas partes; con la mano derecha lo masturbaba y la izquierda la metí entre las piernas de la chica, que estaba en el asiento contiguo masturbándose.

Entre el vino y la excitación los detalles se vuelven difusos, pero sé que nos desnudamos, nos hicimos sexo oral: 69 entre tres no es trece. Los penetré a los dos por turnos y ella, excitada hasta la locura, nos permitió que la penetráramos al tiempo. Saboreé la totalidad de sus cuerpos e intenté dilucidara cuál prefería, pero tuve que declarar empate.

Terminamos en mi cama, exhaustos y sudorosos. Antes de dormir abrazándolos sonreí pensando en que la nostalgia a veces es buena consejera.


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