Godzilla

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Ya era tarde, pero seguíamos jugando pelota. De pronto escuchamos algo, parecía el sonido de un látigo gigante y constante. Lo vimos cruzar el cielo fugazmente… cuándo cayó la bola de fuego sentimos el piso estremecerse.

-¿Cómo Superman, papá?

Exactamente hija, así mismo. Bajamos al terreno baldío y lo vimos, gateaba igual que un bebé. -Estábamos: Beto, Pequer, Silverio, los chinos, los muchachos de la panadería y yo-.

-¿Qué les dijo?

Nada. Estaba todo herido, especialmente sus alas. En pocas palabras, daba un aire de desamparo total. Lo llevamos rápido a la casa. Son ligeritos, ligeritos, pesan cómo el papel.

Casi le da un infarto a la abuelita cuándo lo vio, se empezó a persignar mucho, reaccionó hasta que se dio cuenta de qué la veíamos raro. Le hirvió agua con árnica para bañarlo. Lo volteamos al derecho y al revés, pareciera que salábamos un trozo de carne. Ni siquiera se movía. Sus extremidades carecían totalmente de fuerza.

-Era un muñequito de trapo.

Así es, hija, parecía un muñeco de trapo.

2

Estuvo un largo tiempo. Jugaba con nosotros por las noches –sin trucos celestiales- decía.

En uno de esos encuentros nos contó de la vez que lo encontramos, estaba luchando –contra dos monstruos poderosos, de esos qué tienen su morada en lo más bajo del infierno–, así lo dijo.  No pude dormir por la descripción detallada de los mismos. Eran más temibles que Godzilla.

Siempre tenía la esperanza de que el cielo no lo hubiese olvidado aquí en la tierra, de que algún día volvería a ocupar su lugar cómo lo qué era: un desafortunado ser de luz que luchó contra el mal y terminó muy mal herido.

Una noche de agosto dijo qué se sentía mejor, que era hora de buscar su camino. No pensamos que sucedería, pero al despertar ya no estaba.

Desde entonces miro al cielo, esperando haya recuperado su gloria pérdida, o por si estuviese en otro lugar, para que allá arriba le hayan dado una mejor suerte. Para qué sea feliz.

 

 

Nota al lector: este remiendo de relato era huidizo, no encontraba la manera de intentarlo, hasta hoy. Nace de varias cosas importantes, pero tuvo su génesis en una noticia leída hace unos meses. Se redactaba el encuentro de un pequeño de escasos 4 años, con síndrome de Down, estaba gateando a media carretera en la madrugada fría. Alguien lo dejó ahí. 

Además de él, este texto intenta rendir tributo a todos los niños, en todas las condiciones y lugares, que no han tenido la suerte de tener una infancia feliz. También a los que se les trunco la vida en manos de monstruos cobardes.

Por todas las canciones de cuna que no sonaron o sonarán más nunca para ellos. Estamos con ellos.

Gracias por leer.


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