La mansión del placer

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Afuera de la ciudad, casi llegando a Littleroot, había un camino del tipo rural, donde se hallaba una gran casa, parecida a una mansión. Afuera y alrededor de la edificación había autos.

Estacioné junto al puente que daba entre mi ciudad y la otra. El único lugar disponible era ese, así que no tuve más opción.

La casa tenía cuervos que la sobrevolaban y algunos de ellos se posaban sobre los tejados, mirándome como si fuera su comida.

Toqué a la puerta, pero no escuché respuesta. Al escuchar de cerca, pude percibir sonidos extraños. Creí haber oído gemidos.

Escuché un auto que se acercaba y luego se estacionó un hombre en bata de baño se bajó de él y se acercó a mí. Su cara estaba desgastada y parecía que no había dormido ni que se hubiera afeitado.

—Quítate —susurró antes de toser y entrar, cerrándome la puerta en la cara.

La abrí y entré, viendo una orgía en vivo. Había mujeres y hombres, en su mayoría señores, que tenía sexo descaradamente en el salón principal. La puerta tras de mí se cerró por inercia.

El hombre que había entrado estaba buscando “algo” con la vista, de forma desesperada. Vi salir de uno de los portales que daban a otras secciones de la mansión a una mujer en ropa interior y con un tatuaje de un beso en su pubis.

—¡Tú, zorra! —exclamó el hombre al tiempo que iba hacia la mujer que no dejaba de acercarse y verme sonreír.

La empujó contra la pared, pero ella no dejó de mirarme mientras el hombre la acomodaba de frente a la pared. Se abrió la bata y se sacó el pene; se lo escupió y desprendió la prenda inferior de la mujer, que parecía excitarse con el maltrato.

Ella bajó un poco el cuerpo y levantó el culo. El hombre metió su pene dentro de ella y comenzó a penetrarla con brusquedad. Le tomó ambas nalgas y las separó antes de escupirle el ano.

No sabía lo que estaba pasando (más allá de una orgía brusca).

Una mujer apareció por otro umbral y se me acercó. Ella estaba vestida y llevaba un vestido corto, negro y sobrio.

—Eres nuevo, ¿verdad?

—Supongo —musité.

—Vamos arriba.

Escaleras arriba todo eran habitaciones.

—¿Qué es eso?

—Es el sonido de los hombres y mujeres condenados por el placer.

—¿Condenados?

—Sí. La primera vez es gratis.

—¿Tengo que pagar?

—Todo tiene un precio, querido. Pero, no te preocupes, no gastarás un centavo aquí. Basta de charlas, ¿quieres? Tu amigo Frank está por ahí, teniendo el mejor y más sucio sexo de su vida.

—¿Frank está aquí ahora? —solté.

Me miró con desdén, como harta de hablar.

—Escoge cualquier habitación que no tenga letrero de «OCUPADO». Lo que sea que quieras, no importa lo sucio o depravado, mis chicas lo harán. Todos tenemos fantasías sucias que no queremos hacer públicas, así que este es el paraíso para cualquier amante del sexo.

 

Me sonrió con lasciva antes de bajar por las escaleras.

No sabía cuál pasillo escoger, así que dudé en un comienzo; no obstante, continué de frente. No había una puerta que no estuviera ocupada, así que avancé hasta dar vuelta por la izquierda al final del pasillo.

La mano me tembló sobre la manecilla.

“Enfermedades”, era lo único que podía pensar. Pero algo me decía que estaría bien.

Tras abrirla y escuchar una campanada, noté que la habitación tenía dos sofás pegados a la pared de los costados. Había dos puertas de frente, a los costados de la gran cama con sábanas de color vino.

Cerré la puerta y avancé hasta la mitad de la habitación.

De la puerta izquierda salió una mujer 

totalmente desnuda, que tenía el pelo castaño y la piel broceada, además de tener el pubis depilado y cuidado. Sus pechos eran pequeños y su trasero aparentemente grande, igual que sus caderas.

—¿Te gusto para cogerme o prefieres alguien más? ¿O prefieres otra más, otras dos más? ¿Cuántas quieres? ¿Qué te gusta? No me digas, ¿sexo anal, sodomizarme? —su voz era muy sensual y erótica.

—No lo sé.

—Nosotras no juzgamos el tamaño, la forma o grosor de tu pene. Solo lo disfrutamos.

Se metió a la cama, donde en el centro de ella había una botella de lubricante. Lo tomó y se sentó, abriendo las piernas, presumiendo una flexibilidad impresionante y una vagina rosa al igual que su ano.

Mi pene comenzaba a reaccionar y entonces decidí acercarme más. La mujer de quizás 1.60m se había vertido un poco de lubricante en su entrada vaginal y en su ano, gimiendo eróticamente al tiempo que me comenzaba a desvestir, habiendo caído en la tentación.

—Solo lo disfrutaré si tú lo haces. Aquí nos tratan como zorras, pero con el tiempo dejarás de preocuparte y sacarás a la luz tus deseos más depravados.

Se dio la vuelta y se puso de 4, acostando su cuerpo y levantando el trasero. El lubricante vertía de su culo y de su vagina, excitándome. Llevó sus manos tras su espalda y me acerqué, masturbando mi duro y erecto pene, modesto, de no más de 16 centímetros de largo.

Tomé mi pene y rocé su entrada suave y rosa con el glande, dejando escapar líquido pre seminal, sintiendo un exquisito éxtasis. La última vez que tuve sexo fue hace dos años y casi había olvidado lo bien que se sentía.

Lo introduje finalmente. Me apegué a ella y comencé a embestirla, lentamente, sintiendo la presión más leve conforme me movía, como si se acoplara a la sensación que me gustaba más.

Al poco tiempo de embestirla y escuchar sus gemidos, tuve que detenerme. Ella no dijo nada.

 

Saqué mi pene de su vagina y lo introduje en su ano.

Separé más mis piernas y la embestí con tanta fuerza que la levanté levemente de la cama y la desequilibraba en cada arremetida.

Gemí con fuerza cuando eyaculé dentro de su culo lubricado y dilatado.

Al sacar mi pene, ella se incorporó y me tumbó sobre la cama.

 

—Trátame como tu perra —dijo entre dientes, antes de tomar mi pene y metérselo en la boca para chuparlo rápidamente.

La tomé del pelo y comencé a penetrar su boca.

Después se subió a mí y comenzó a moverse en círculos, teniendo un dominio perfecto de su cuerpo.

Comenzó a brincar, haciéndome enloquecer de placer. Se tomó los pechos y comenzó a azotárselos. Era como si pudiera ver lo que quería a través de los iris de mis ojos.

Al final, se sentaron al filo de la cama.

 

—Cada vez que vengas aquí, lo que haces con nosotras te consumirá la vida.

La miré con ironía.

—No bromeo —continuó con una voz juguetona y una sonrisa—. Serás esclavo del placer, será como una droga. No hay límites, por eso los hombres y las mujeres vienen todo el tiempo. Aquellos que no dominan los placeres, sino que los placeres los dominan, son condenados por eso. Tu amigo Frank está enamorado de 9 mujeres.

—Morirá en unos años. ¿Vale la pena vivir menos con tal de fornicar más? —Sonrió, como si fuera un juego para ella.

—Sí —dije antes de tomarla del cuello para volver a fornicarla.


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