Los ojos verdes

Habían pasado cinco años desde la boda y siete desde que nos encontramos, pero estaba claro que no conocía a Raúl. Me enteré por un amigo que me engañaba hacía meses. Deseaba con todas mis fuerzas ser madre, pero no quería serlo con un hombre como él. Nos separamos y volví a mi trabajo en el hospital. Allí un colega me habló del banco de esperma donde podría cumplir mi anhelo.

Fue un tratamiento largo y muy duro, pero lo conseguí. Nació David. Con mi hijo y ejerciendo mi profesión, mi vida transcurría feliz.

Aquella tarde trajeron malherido a un hombre sin identificar víctima de un accidente. Permaneció unos días en cuidados intensivos hasta que fue llevado a mi planta. No recordaba nada de su vida, pero se adivinaba por sus palabras un hombre culto y con sensibilidad.

Su salud mejoraba, no así su memoria. Conforme pasaban los días fui descubriendo detalles que me resultaban muy familiares: el pequeño saliente de su oreja derecha, los dos remolinos de su coronilla…, pero sobre todo sus profundos ojos verdes. Todos esos detalles los presentaba David. ¿Sería posible que ese hombre fuera el padre de mi hijo?

Aprovechando mi profesión y  contactos en el departamento de genética llevé una muestra de su sangre y la de mi hijo para que hicieran los correspondientes análisis. Dos días después supe con una probabilidad de un 99% que él había sido el donante.

Me sentía feliz. El padre de David era el mejor que hubiera podido tener. Teníamos un hijo en común, pero no habíamos compartido ni un beso ni siquiera un abrazo. Tras una noche de dudas lo decidí. Hablaría con él de David.

Esa mañana me dirigí al hospital ilusionada. Cuando llegué a mi planta, delante de su habitación y conversando con él, había una mujer. De su mano un niño que fijó su mirada en mí: unos profundos ojos verdes idénticos a los de David.