A la hora y el día convenidos ambos ejércitos se enfrentaron. Sería difícil aventurar el resultado de la contienda porque las fuerzas estaban milimétricamente igualadas. La infantería se encontraba en primera línea y fueron los que iniciaron el cómputo de bajas. Los caballos saltaban sobre sus propias líneas y ya en el campo enemigo continuaban saltando de tal forma que sorprendían al enemigo. Como en el Medievo, los sacerdotes de cada Ejército tomaban parte activa en la batalla llevándose por delante a cuantos rivales eran capaces de alcanzar. Desde cada esquina las máquinas de guerra avanzaban. En las retaguardias, los respectivos generales se limitaban a dar órdenes mientras a penas se movían, al contrario de sus lugartenientes. Éstos se trasladaban en todas direcciones arriesgando su existencia.
Durante toda la tarde la lucha continuó mientras infantes, caballos, sacerdotes y máquinas de guerra causaban baja en uno y otro bando.
Cuando empezaba a anochecer, uno de los lugartenientes se colocó frente al general enemigo y éste se desplomó.
«Jaque mate»
Ramiro había ganado de nuevo a su madre.
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