Astronautas y dragones
Por Juglar.
Enviado el 07/03/2020, clasificado en Ciencia ficción
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A Fabiola y su mirada felina en el transporte citadino.
1
Nuestro mundo era un lugar sin miedo. Seguramente. Aves de mil colores y primaveras de incandescentes flores se asentaban en abril. Los no nacidos correteaban por el campo, desnudos, éramos el edén que se había perdido… hasta que vino el hombre. Otra vez el hombre.
Lo vio Alicia mientras tocaba el violín con el Sombrerero, era un puntito lejano a la deriva, cerca de dónde las sirenas amamantan a los espíritus de los ahogados. Estaba inconsciente, tenía la piel escoriada y restos rotos de ropa - una piltrafa con olor a musgo rancio-. Su pequeña barca se mecía en las olas y producía un clac seco y repetitivo al choque con los acantilados.
Nos sentamos alrededor suyo y escuchamos su historia de náufrago desafortunado, el hambre, la miseria, el dolor que había padecido durante ciento ochenta y siete días. Nos conmovió. Lo cuidamos durante mucho tiempo, lo sanamos y lo enseñamos a caminar nuevamente. Le dimos más confianza que a los mismísimos ángeles.
Partió un miércoles, muy temprano. Aún recuerdo su expresión de idiota prometiendo que guardaría el secreto.
No lo hizo.
Sí, amigo astronauta, también este edén fue ensombrecido por causa del hombre.
2
Soy viejo, señor astronauta, mi olfato de dragón milenario no falla, hubiese reconocido ese olor a millas de distancia. Regresó, pero no venía solo.
Muchos marineros se aventuraron para contemplar la belleza abrumadora de las sirenas y sus cuerpos estremecedores. Los hombres se echaban al mar para ahogarse y poder mamar de sus senos míticos. Terminaron por abusarlas, se marcharon.
Las mujeres de los muchos barcos venían en busca de los elefantes voladores, querían llevárselos para presumirlos en el mundo de los despiertos.
Todos y todas andaban al garete, causando destrozos, marchitando plantas, en un estado de éxtasis permanente. Aquí no había cansancio, ni dolor, ni pena.
El mal fin se precipitó el día que cogieron a los tres cochinitos cuando ya estaban en la cama, calientitos todos en pijama -antes de los muchos besitos que les da su mamá-, los encebaron y los echaron al campo, para divertirse… La diversión no bastó. Alcanzamos a escuchar el ¡oinc, oinc! desesperado en el barco principal, los iban a encurtir para alimentarse en el largo trayecto de regreso. Afortunadamente los descubrimos.
Fue el colmo. Antes de echar a esos ingratos llamamos a las brujas, les borraron de la mente el camino para volver.
Aun así no entendieron.
3
Los expulsados volvieron a su mundo, corrieron la voz de lo bien que se vivía aquí, todos les preguntaban, y por mucho intento no hallaban el camino para llegar.
Entonces nuestro trabajo empezó a aumentar, amigo astronauta. La gente cada vez quería soñar más. Nos alegramos al principio, pero muy rápido nos enteramos.
Los hombres dormían la mayor parte del día, si no estaban cansados buscaban la forma de cansarse. Fornicaban con desesperación, cazaban con esmero, formulaban brebajes para dormir, contaban las mismas historias mil veces, para aburrirse.
Poco tiempo después los despertó el llanto desesperado de tantos niños, el olor putrefacto de tanta caza desaprovechada, pronto se extinguieron las plantas para los brebajes, se descompusieron las historias hasta volverse exasperantes.
Se sintieron perdidos
¡Eh! – se decían uno al otro- envenenarás a mi familia y yo a la tuya, dormiremos eternamente. Gozaremos.
Olvidaron que del sueño de la muerte ya no se despierta. Hubo caos.
No podíamos permitirlo, somos seres de bien. Debimos despertar a los monstruos que fueron desechados en la creación, las abominaciones fueron sacadas de sus pozos profundos. Trajimos otra vez a las brujas: roben los miedos de los hombres –les dijimos-.
Encapsulamos sus terrores para recordárselos durante el sueño. Así creamos las pesadillas. Así entendieron que en los sueños también podía sufrirse, así desistieron de dormir siempre.
Los rescatamos, sacrificando la belleza imperturbable que existía en nuestro mundo.
No importa. La mayoría son buenos, solo están desviados, ensimismados, extraviados. Véalos ahora, no les importa soñar y quienes se atreven son lastimados, especialmente los pequeños.
Algún día volverán a erigirse rectos, amigo astronauta. Algún día no habrá necesidad de pesadillas.
*Este relato es complemento de Viajero Dimensional y Empleos Siderales, relatos publicados anteriormente en este noble espacio:
https://www.cortorelatos.com/relato/37008/viajero-dimensional/
https://www.cortorelatos.com/relato/37092/empleos-siderales/
Gracias por leer.
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