Renovarse o morir. Es una máxima, que se convierte en la base mínima para poder prosperar. Sin la capacidad de aceptar el destino y sus circunstancias, es imposible que podamos afrontarlo en sus necesidades y condicionantes para sobrellevarlo y/o superarlo. De hecho, nuestra divisa de adaptación define la naturaleza heredada. En el ADN de la supervivencia está, o debe, esa habilidad.
Cambiamos con la edad, conforme crecemos. Se transforma así la perspectiva y también los derechos y deberes que se espera que cumplimentemos. Vamos alcanzando, o debemos, un umbral de madurez. La rutina diaria se muda en función de lo que vamos hallando en el camino. Lo que nos marca, cuando es superado, nos hace más fuertes y capaces.
Vamos modificándonos conforme cambia el entorno, que, aunque sea de manera paulatina, lo hace. Reemplazamos, o nos reemplazan, todo: los profesores, los estadios de estudios, las labores que hacemos, los quehaceres que nos brinda la vida, los elementos del paisaje humano y material Todo es sustituido, y a todo nos vamos adaptando conforme las mutaciones son tranquilas. Sólo las marchas radicales consiguen azuzarnos, aunque en estos casos es complicado que se cambie de manera oportuna. Las transformaciones en todos los planos (los personales, los sociales, los económicos, los políticos, etc.) han de llevarse a cabo con sosiego para que se consoliden, para que se valoren, para que se mantengan en el tiempo.
Los ajustes, en este sentido, son algo propio de la vida, son la vida misma, que nos invita a entender que las cosas han de ir hacia donde sea menester desde el margen de maniobra que cada uno podamos ostentar.
La vida se compone de una serie de oportunidades, aprovechadas o no, visibles o no, que se nos van presentando con intenciones y resultados muy variados y variopintos. No hemos de implicar en todas ellas, de una manera natural, brava, con la voluntad férrea de salir adelante de la mejor manera.
Es verdad que, cuando las obligaciones nos vienen de fuera, sin que las aceptemos completamente, sin que veamos sus bondades y/o esencias, cuando ello ocurre así, nos sentimos mucho más atascados y faltos de ánimos, en la desesperanza, con los nervios a flor de piel y sin que sepamos muy bien qué podemos realizar, y, fundamentalmente, cómo, para acompasar los imprevistos compulsivos, los hechos que nos superan en lo inmediato, con el fin de llegar a un equilibrio o a una mejora en el medio o largo plazo. Sabemos, siempre, que lo que no nos mata nos hace más fuertes, y los imprevistos normalmente no nos aniquilan. La experiencia es una pieza fundamental. No obstante, no podemos evitar la ansiedad, que, bien instrumentalizada, nos genera coraje.
Estemos con los últimos
Las crisis, como sabemos, suponen cuestionamientos de lo vigente, porque nada sigue igual tras ellas, porque el mundo se tambalea en ellas, porque todo gira y nos marea, porque nos caemos, nos rompemos, nos sentimos devorados y cansados, sin las ópticas que siempre funcionaron... Así son las crisis, pero nosotros debemos ser más que ellas. Frente a sus golpes hemos de intentar descifrar sus causas, sus motivos, sus orígenes, saliendo del papel de víctimas o de victimarios para deslizarnos por esos análisis suficientes que nos procuren hallar los problemas, los generadores de los mismos, así como los antídotos frente a lo que acontece.
Los ajustes, consecuencia de los cambios, son inevitables, pero ciertamente sí podemos conseguir que no nos toquen de manera absoluta y total, e impedir que afecten más a los últimos, o que se perpetúen las injusticias, o que se nos quede por la senda de la ansiedad la humanidad que nos debería caracterizar
Nos adaptamos, siempre, nos iremos adaptando, pero eso no ha de ser obstáculo para que nos opongamos a la hipocresía de aceptar que deben sufrir más los que menos la han causado. Esto nos lo debemos repetir, pues algunos, con sus silencios o sus medias verdades, intentan hacernos creer lo contrario. Menos mal que, en nuestra capacidad de adaptación, no perdemos la mirada en aquello que debemos. Sabemos que debemos adaptarnos (sí, siempre), pero también sabemos que hemos de poner límites a algunos. El futuro anda en juego.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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