Lo vio pasar sin otro fin que contonearse altanero por el callejón.
La superstición desencajaba su corazón, tiritaba extremadamente y la sequedad de su boca lo ahogaba.
No gozaba mover su figura estática, anclando en aquella puerta por la que había salido sus pies.
Se armó de valor, dos temerosos pasos le dieron la movilidad para salir corriendo.
La imagen de la mala suerte se paseaba por su mente, no acertaba a poner la llave en la cerradura o mejor dicho no quería atravesar aquel umbral, sabía lo que ocurriría.
Escuchó su voz desde la alcoba, su mujer lo llamaba con sensualidad, pero no podía contestar, cuando lo intentaba, veía la sombra del felino negro.
Sentado en la mesa de la cocina se martirizaba, su conciencia le arañaba por dentro dañando su corazón enamorado.
Era muy temprano, la vecindad de aquel bloque se alertaba, cuando la esposa del suicida ahorcado, gritó.
El revuelo en el callejón, se confundía esta vez con el gentío del burdel, mientras un gato negro se cruzaba por delante de aquel cadáver fetichista y supersticioso.
Adelina GN
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