La tarde transcurría lenta y tediosa en el salón del castillo. La hija del Duque de Perpignan, Emelie, bordaba mientras el trovador tañía su laúd. Era una joven apenas salida de la adolescencia, de pelo castaño largo y preciosa figura. De vez en cuando, levantaba la cabeza para mirar a través de la ventana los campos y colinas que rodeaban su morada soñando con valientes caballeros que la rescataran de peligrosos avatares. El duque procuraba a su hija una educación propia de su rango y así estudiaba baile, canto, latín y poesía además de aprender a bordar y jugar al ajedrez.
Regularmente eran recibidos diferentes pretendientes a la mano de Emelie, pero siempre eran rechazados uno a uno por su padre quien los juzgaba como no merecedores de ella.
Armand, el hijo de un amigo noble de la familia, empezó a frecuentar el castillo. Junto con Emelie, pasaba muchas horas gozando del ajedrez y escuchando al trovador.
Una mañana de primavera, salieron de caza el duque, su hija y su ayuda de cámara, Alice, una hermosa joven de ojos de color miel. Con ellos un reducido séquito encabezado por Armand. Emelie se entretuvo separándose del grupo, momento en que fue abordada por tres hombres que pretendieron forzarla. Alice logró alcanzar un caballo antes de ser apresada y avisó a la guardia que los acompañaba. Armand salió a escape en busca de Emelie. No tardaron en llegar a donde estaban los malhechores. Los tres murieron por el acero del noble. Emelie salió ilesa del trance, tal y como tantas veces había soñado, salvada por un caballero.
Ya en el castillo, el duque abrazó con fuerza a su hija y a su salvador. Exultante, decidió en ese preciso momento, concederle la mano de Emelie. Armand dijo sentirse muy honrado, pero que si el duque quería ser agradecido con él, permitiera que se llevara a la persona que realmente amaba. Esa misma tarde, el caballero salió feliz del castillo acompañado del trovador. Emelie, jamás se recuperó.
Comentarios
COMENTAR
¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales